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sábado, 27 de diciembre de 2014

Un agüero que no falla

Erase un matrimonio que vivía en una aldea. El marido se llamaba Churká y era un hombre tranquilo, que prefería estar callado en vez de hablar. En cambio su mujer, Pigunaika, le daba más a la lengua que a las manos. Hablaba incluso cuando dormía. De pronto se ponía a farfullar algo entre sueños, tan deprisa que no se podía entender. Churká se despertaba al oírla y la sacudía un poco.
-¡Eh, mujer! ¿Con quién hablas?
Pigunaika se incorporaba de un salto, se restregaba los ojos.
-Con gente más lista que tú.
-Pero si es en sueños, mujer...
-Con la gente lista da gusto hablar incluso en sueños. ¿O piensas que voy a hablar contigo, que no ensartas más de dos palabras al año, y eso cuando estás en la taigá...?
Churká tenía tres quehaceres: cazar, pescar y fumar su pipa. Y las tres cosas las hacía bien. Se marchaba de caza a la taigá y allí se estaba hasta que los amigos le traían a la fuerza. Se ponía a pescar, y era tal su ahínco que se habría metido él mismo en la red si no entraban peces. ¡Pero cuando se ponía a fumar...! Tanto humo echaba, que subía hacia el cielo como una columna. Si Churká fumaba en casa, al poco tiempo acudía gente de toda la aldea pensando que había fuego. Cuando llegaba, se encontraba a Churká fumando su pipa a la entrada de su casa. Si estaba en la taigá y veían los nivjos nubes de humo sobre los árboles, ya sabían que Churká había encendido su pipa, del grosor del antebrazo. Y así ocurrió varias veces que se equivocaron tomando un incendio forestal por el humo de la pipa de Churká.
Pigunaika tenía tres quehaceres: hablar, dormir y descifrar los sueños. ¡Qué bien se le daba...! Pegaba la hebra y no dejaba meter baza a nadie. Cuando la veían venir, las vecinas se escondían debajo de las yacijas. La salvación era sentar frente a Pigunaika a la abuela Koinit, que era sorda. Allí se estaba la mujer, moviendo la cabeza como si asintiera a todo... Pero si Pigunaika se tumbaba a dormir, no había quien la sacara de sus sueños. Una vez, unos chicos de la vecindad la agarraron y la llevaron al bosque, dormida como estaba, con lecho y todo. Al cabo del tiempo se despertó allí Pigunaika, miró a su alrededor, vio el bosque y se dijo creyendo que estaba soñando: «¡Pero qué tonta soy! ¿Voy a soñar sentada? Para eso tengo que acostarme.» Se acostó y todavía durmió dos semanas seguidas. Los mismos muchachos tuvieron que traerla de vuelta a su casa.
Pero había que oír a Pigunaika cuando se ponía a descifrar los sueños. Daba explicaciones tan escalofriantes, que las mujeres se caían luego por la noche de la cama. Nadie sabía si se cumpliría lo que explicaba; pero, de todas maneras, se pasaban una semana temblando después de sus augurios. Nadie era capaz de descifrar los sueños mejor que Pigunaika.
Una vez se despertó y siguió acostada, sin decir una palabra. Al verla silenciosa, su marido se asustó. ¿Por qué callaba su mujer? ¿Le habría ocurrido algo?
-¿Qué te pasa, Pigunaika? -le preguntó.
-He soñado que recogía bayas rojas -contestó la mujer. Señal de pelotera...
-Mujer, ¿por qué íbamos a tener una pelotera nosotros?
-Pues, señal de bronca es -afirmó Pigunaika. El agüero no falla. z0 es que no sé yo explicar los sueños? ¿Te acuerdas de cuando soñé con una hembra de reno y dije que era señal de nevasca? Pues, a ver si no tuvimos luego nevasca.
Churká callaba. No quería decir que su mujer había soñado con una hembra de reno cuando la nevasca había atascado ya la puerta de su casa de tal manera que, cuando se despertaron, no pudieron salir y se pasaron tres días encerrados. Y el tercer día fue cuando su mujer soñó con la hembra de reno.
-¿Por qué callas? -preguntó Pigunaika. Las bayas rojas anuncian un disgusto. Yo lo sé perfectamente.
-Pues, yo no quiero disgustarme contigo, Pigunaika -murmuró Churká.
-¿Cómo que no, si he tenido yo ese sueño? -insistió enfadada.
-¿Y por qué razón?
-¡Ya encontrarás tú alguna! Quizá me eches en cara el pescado que se estropeó aquel día que me acosté a descansar un momento...
-Es verdad que se estropeó el pescado, mujer. Como que te pasaste tres días durmiendo y a los vecinos les costó un triunfo despertarte cuando empezaron a arder las tarimas por no haber cuidado las brasas del hogar...
-¡Ah! -gritó Pigunaika. Conque tu mujer no puede ya ni echarse un rato, ¿eh? ¡Claro! Lo que tú quieres es que ande detrás de ti como una esclava. ¡Vaya con el hombre!
-Mujer, ¿para qué vamos a recordar aquello? ¿Que se estropeó el pescado? ¿Y qué? Luego pesqué el doble.
-¡Muy bien, hombre! Conque además me haces reproches. A lo mejor quieres que vaya yo de pesca en tu lugar. No, si está claro que quieres armar bronca conmigo.
-No. No quiero armar bronca, mujer -negó Churká.
-¡Sí que quieres! -dijo la mujer. Puesto que he soñado con bayas rojas, ¡tendremos bronca!
-¡Yo no quiero!
-¡Sí que quieres!
-¡No quiero!
-Pues sí que quieres. Te lo estoy leyendo en los ojos.
-¡Mujer! -dijo ya Churká en un grito.
-iAh!.. Conque ahora te vas a poner a gritarme, ¿verdad?
Pues, ¡toma!
Y le atizó con un cazo a su marido en mitad de la frente. Churká era un hombre muy apacible, desde luego, pero cuando se encontró con un chichón del tamaño del puño en la frente, no iba a quedarse cruzado de brazos. Marido y mujer se enzarzaron.
Pigunaika gritaba:
-¡Tendremos bronca!
-¡No la tendremos!
-¡Sí que la tendremos!
-¡Pues no la tendremos!
Armaron tanto ruido como aquella nevasca durante la cual soñó Pigunaika con una hembra de reno.
Acudieron vecinos de toda la aldea. Los hombres apartaban a Churká, las mujeres sujetaban a Pigunaika, y venga a forcejear, pero sin conseguir separarlos. Optaron por traer calderos de agua del río y echárselos a la mujer y al marido por encima.
-¡Eh, mujer, espera! -gritó Churká. Parece que se ha agujereado el tejado, porque está cayendo agua.
Así lograron separarlos. Churká se sentó a contar los chichones que tenía y Pigunaika a palparse los ojos hinchados.
-¿Qué ha ocurrido? -preguntaban los vecinos.
-Nada de particular -contestó Pigunaika. Que he soñado que estaba recogiendo bayas rojas. Y eso es señal de bronca. ¡No falla!
¿Quién iba a saberlo mejor que ella, ahora que, por haber tenido ese sueño, se había peleado con el marido?

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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