El hombre debe saber defenderse. Y
defender a sus parientes. Los agravios no se deben perdonar.
Vivía en una aldea un nanayo
llamado Beldí. Tenía un hijo al que había puesto de nombre Chokchó. Todavía era
muy pequeñito. Apenas sabía andar.
Beldí estuvo de caza todo el
invierno y juntó muchas pieles: cebellinas, ardillas, zorros, focas, osos,
turones, lobos... Beldí contemplaba las pieles, muy contento, y hacía sus
cálculos:
-Iré al reino de Nikán, a la ciudad
de San-Sin, venderé allí las pieles y traeré provisiones para todo el invierno.
Compraré una red nueva, una escopeta, pólvora, cartuchos y juguetes para
Chokchó.
En efecto, llegó el verano y Beldí
hizo sus preparativos para marcharse a San-Sin.
-Llévame contigo, padre -le pidió
el hijo.
Pensó Beldí que era peligroso,
porque podían atacarlos los bandoleros o suceder cualquier otro percance
durante el viaje.
-¡Qué dices, hijito! -contestó
Beldí. ¿Cómo se puede dejar la casa sin un hombre? ¿Quién iba a defender a tus
hermanas y a tu madre? Tú tienes que quedarte.
Se marchó Beldí.
Pasó mucho tiempo. En ese tiempo,
Chokchó aprendió a manejar el cuchillo y se entretenía en tallar objetos de
madera: hizo una cuchara, una barca pequeñita. También talló un reno, un
trineo, un oso, algunos perros... Muchos juguetes distintos... Y el padre no
volvía.
Las hojas de los árboles se
pusieron amarillas, la hierba se marchitó. Y Beldí no aparecía.
Luego vinieron unos hombres del
campamento vecino.
La madre de Chokchó preparó mos para los visitantes y también les
agasajó con yukola. Los hombres estuvieron allí un buen rato, fumando, comiendo
yukola, y por fin dijeron:
-Nosotros fuimos con Beldí a
San-Sin. A comerciar. Y hemos vuelto.
-¿Y mi padre? -preguntó Chokchó.
Los hombres se miraron unos a
otros.
-Tu padre -contaron- hizo trato con
un hombre llamado Lian, que le compró todas las pieles. Conque se marcharon
juntos para ajustar cuentas, y tu padre no volvió. Resultó que el manchú Lian
no era un comerciante, sino un bandolero. Se quedó con todas las pieles de
Beldí y luego le mató.
-¿Y por qué no defendisteis a mi
padre? -preguntó Chokchó.
-Ese manchú Lian tenía una banda
muy numerosa. Y nosotros éramos pocos. No nos atrevimos a salir en defensa de
tu padre porque los hombres de Lian podían perseguirnos, quitarnos nuestras
mercancías y matarnos...
-Hicisteis mal -dijo Chokchó.
Aquellos hombres se sintieron
agraviados, montaron en su barca y se fueron.
La madre de Chokchó se puso a
llorar, y las hermanitas también lloraban.
Tanto lloraron, que los ojos se les
pusieron todos hinchados.
-¿Qué será ahora de nosotros? -se
lamentaban.
Pero las lágrimas y las
lamentaciones no les devolverían a
Beldí. Y había que vivir. Después
de mucho llorar, pusieron manos a la obra. La hermana mayor tomó la jabalina y se fue
al bosque a cazar. La hermana menor se montó en una barca para pescar en el
Amur. La madre se quedó en casa para cuidar del hogar y hacer la comida.
Entonces le dijo Chokchó a su
madre:
-Hazme unos unti de perro y cuéceme
unas tortitas. Voy a ir en busca de Lian. Cuando le encuentre, vengaré a mi
padre y recuperaré nuestras pieles.
-¡Qué dices, Chokchó! -protestó la
madre. ¿Cómo vas a ir tú? Todavía eres pequeño.
Chokchó la miró fijamente.
-Mi padre dijo que yo era un hombre.
Y los hombres deben defender a su familia y vengarse de los enemigos.
Viendo la madre que Chokchó había
tomado una firme decisión y no podría disuadirle, le coció unas tortitas y le
hizo unos unti de perro.
Tomó Chochó su cuchillo, se ciñó la
frente con el bogdó de cazador, metió yukola en un zurrón, se calzó los unti de
perro y se marchó después de despedirse de sus hermanas y de su madre.
Anda que te anda, se encontró
Chokchó en su camino con un bosque muy grande, de árboles altísimos. No se veía
el fin de aquel bosque donde rumoreaban los pinos y los robles meciendo sus
cimas. Pero Chokchó no sintió miedo. Se metió en el bosque y siguió su camino,
mordisqueando una tortita, unas veces cantando y otras jugueteando con su
cuchillo para entrenarse, cuando oyó una voz que preguntaba:
-¿Adónde vas, pequeño nanayo?
Miró Chokchó a su alrededor. No
había nadie. Pero la voz habló otra vez, y Chokchó contestó:
-Voy a vengar la muerte de mi
padre.
-¡Ayúdame y yo te ayudaré! Seré tu
amigo -dijo la voz.
Chokchó descubrió entonces una
bellota encima de una piedra. Había caído del árbol a la tierra, pero pegó en
una piedra y allí estaba secándose.
-Llévame contigo -dijo la bellota. De algo te
serviré...
Chokchó recogió la bellota y siguió
adelante.
Se encontró los restos de una vieja
hoguera. Se detuvo allí a descansar. Se quitó los unti, puso los pies en alto,
le pegó un mordisco a una tortita y de pronto oyó una voz chirriante que le
preguntaba:
-¿Adónde te diriges, hombre?
-Voy a vengar la muerte de mi
padre. ¿Y tú quién eres? ¿Dónde estás?
-Al lado tuyo.
Miró Chokchó y vio junto a lo que
había sido la hoguera, entre las cenizas, un pincho de los que usan los
cazadores para asar la carne sobre el fuego. Alguien lo había arrojado allí.
Estaba retorcido y cubierto de orín. Chokchó lo sacó de entre las cenizas, lo
limpió frotándolo con arena para quitarle el orín, lo afiló... Nada, que lo
dejó como nuevo.
-¡Gracias, Chokchó! Ya que me has
ayudado, te ayudaré yo a ti. Llévame contigo -le dijo el pincho al muchacho.
Chokchó cogió el pincho y siguió
adelante. Oyó otra voz al pasar junto a una cabaña de pescador abandonada,
preguntándole adónde iba. Chokchó contestó. Le habían hablado un rodillo y un
mazo de curtir pieles de pescado. Alguien había clavado un clavo en el rodillo
y le había roto el mango al mazo. Chokchó sacó el clavo del rodillo y le hizo
un mango nuevo al mazo.
-¡Gracias, Chokchó! -dijeron. Ya
que nos has ayudado, te ayuda-remos nosotros a ti. Llévanos contigo.
Chokchó cogió el rodillo y el mazo
y siguió adelante.
Anda que te anda, llegó a un
arroyo. Pero el arroyo se había desbordado y cortaba el camino. No sabía qué
hacer.
En esto oyó que le llamaban de
nuevo:
-¡Eh, vecino! Ayúdame y yo te
ayudaré. Seré tu amigo.
Chokchó vio que el agua había
socavado la tierra al pie de un abedul y, al caer, el abedul había dejado
atrapado un lucio. El pobre estaba debajo del abedul, pegando coletazos, pero
sin poderse mover ni para atrás ni para delante, a punto de asfixiarse. Chokchó
echó a un lado el abedul y liberó al lucio. Entonces le dijo el pez:
-¿Tienes que pasar el arroyo? Pues
móntate encima de mí y yo te pasaré.
Chokchó se montó encima del lucio y
al instante se encontró en la otra orilla.
-Llévame contigo, que de algo te
serviré -dijo el lucio.
Metió Chokchó al lucio en un zurrón
y siguió adelante.
Divisaba ya Chokchó el Amur cuando
se encontró un esquí tirado en la hierba. «¡Qué lástima! -pensó Chokchó. Pero
no tiene pareja.» Y precisamente descubrió el otro esquí entre unas ramas secas
adonde lo había arrojado alguien. Chokchó se tomó el trabajo de ir a buscarlo
para dejarlo junto al otro. Entonces le dijeron los esquíes:
-Ya que nos has ayudado, nosotros
te ayudaremos a ti. ¿A dónde vas, pequeño nanayo?
-Voy a vengar la muerte de mi padre
-contestó Chokchó. Lo que ocurre es que no tengo muchas fuerzas y no sé si
llegaré... ¡El camino es tan largo! ¿Cómo voy a cruzar el Amur?
-Por eso no te preocupes -dijeron
los esquíes. Móntate en nosotros y te llevaremos más deprisa.
A Chokchó le entró risa:
-¿Cómo se puede andar en esquíes
sobre la hierba?
De todas maneras, se puso los
esquíes por si acaso. Entonces les crecieron alas a los esquíes, que se
remontaron por los aires y echaron a volar. Iban tan raudos, que por poco se
llevó el aire el bogdó del muchacho. Volaban sobre el Amur, que parecía entera-mente
una sinuosa cinta azul.
Los esquíes continuaban su vuelo y
Chokchó casi perdía el aliento oyendo el viento silbar en sus oídos y viendo
pasar a toda velocidad, debajo de él, los ríos, los campamentos, los bosques...
Llegaron los esquíes a San-Sin.
Chokchó se asustó al verlo.
Era un campamento inmenso, con
muchas casas. Nunca se imaginó Chokchó que pudiera haber tantas casas reunidas
en un mismo sitio. Estaban en hileras, algunas subidas las unas sobre las
otras, y eran tantas que no se les veía el fin. Y también había multitud de
gente. Sus voces armaban tanto ruido como la tormenta cuando desgaja los
árboles. La gente se apretujaba, gritaba, vendía, compraba, cambiaba... Y,
entre tanta gente, ningún conocido. Chokchó se puso a preguntar por la casa del
manchú Lian, pero se reían de él porque no le entendían. Unos le pegaban un
golpe, otros un empujón, y había quien le tiraba de las narices o le insultaba.
Felizmente, pasó por allí un anciano que conocía la lengua nanaya. Enterado de
lo que buscaba Chokchó, le dijo dónde vivía el manchú Lian. El pequeño nanayo
se dirigió hacia allá.
Se detuvo ante una casa muy bonita.
El tejado tenía los extremos levantados y de cada extremo colgaban cascabeles
de plata. Las ventanas estaban tapadas con papel transparente. En torno a la
casa crecían frutales: guindos, manzanos... En las ramas había pajaritos de
colores. Y en todas partes sonaba música. Entre los árboles susurraban los
arroyos como si estuvieran platicando a media voz.
-¡Eh, Lian! Vengo a luchar contigo
-gritó Chokchó cuando entró en la casa, y preparó su pértiga para luchar a vida
o muerte.
Nadie contestó al pequeño nanayo.
Se conoce que no estaba en la casa el hombre a quien buscaba.
Penetró Chokchó en el aposento de
Lian. Dejó la bellota entre la ceniza del hogar para que tuviese un lecho
blando. Al lucio, lo soltó en el agua de la palangana. El
pincho, lo dejó junto al horno. El mazo y el rodillo, los puso cerca de la puerta. El se sentó, y
acabó durmiéndose.
Al atardecer volvió Lian a su casa,
borracho y muy contento.
Quiso encender fuego en el hogar y
se inclinó para soplar las brasas. La bellota aprovechó para pegar un salto y
atizarle en los ojos a Lian. Con un aullido de dolor, corrió Lian a la
palangana para enjuagarse los ojos. Pero el lucio asomó el hocico por encima
del agua y le arrancó la
nariz. Lian retrocedió de un salto y el pincho se le clavó en
la espalda.
Horrorizado , Lian corrió a la puerta para escapar. Pero allí
esperaban a Lian el mazo y el rodillo. Metido por aquí, golpe por allí y
estrujón por otra parte, hicieron que Lian viera las estrellas. Y tanto afán
pusieron el mazo y el rodillo, que dejaron a Lian convertido en una pelleja.
-¿No ha venido Lian? -preguntó
Chokchó al despertarse.
-Ha venido, para desgracia suya -contestaron
los amigos de Chokchó. Y ahí tienes lo que ha quedado de él.
Miró Chokchó y vio una piel
curtida, blanca y suave. Les dio las gracias a sus amigos, aunque lamentando no
haber sido él quien castigara a Lian.
Rebuscó por la casa las pieles que
Lian le había robado a Beldí, luego reunió las provisiones de caza y las
mercancías que Lian había sustraído a la gente con engaños y lo embaló todo en
la pelleja de Lian. Recogió a sus amigos -el mazo y el martillo, la bellota, el
lucio y el pincho- y se puso los esquíes.
Los esquíes se remontaron otra vez
por los aires y echaron a volar como una flecha delante de las narices de los
criados de Lian.
Llegaron hasta el sitio donde el
muchacho los había encontrado, y allí los dejó diciendo:
-Gracias por vuestra ayuda. Pero yo
no quiero lo que no es mío.
Al lucio, lo soltó en lo más
profundo del arroyo. El rodillo y el mazo, los dejó al lado de la cabaña de
pescador abandonada: le servirían al amo si volvía. El pincho también quedó
donde estuvo, cerca de lo que fue la hoguera. La bellota, la plantó en un sitio donde
ablandó la tierra primero para que de ella creciera un árbol nuevo.
Y continuó Chokchó su camino.
Cuando volvió a su casa, era rico.
Extendió la pelleja de Lian y todos se sorprendieron en el campamento de que
hubieran cabido tantas cosas en ella.
La madre y las hermanas se
alegraron mucho de que hubiera vuelto Chokchó. No hacían más que besarle,
abrazarle, y no se apartaban ni un paso de él.
Entonces Chokchó dijo, ya como
hombre, como cazador;
-Mis unti están totalmente
desgastados. Hacedme otros. Mañana iré a la taigá de caza.
Las hermanas le hicieron unos unti
nuevos con la pelleja de Lian.
Los unti le duraron mucho, porque
no hay en el mundo piel más dura que la del hombre falso y ladrón que no conoce
la compasión ni se deja ablandar por las lágrimas de los desdichados.
1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074
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