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sábado, 27 de diciembre de 2014

La zorra y el oso

Del astuto, no se puede uno fiar. El astuto dice una cosa y piensa otra. El que tenga trato con un astuto, que se ande con mucho cuidado.
Vivía en la taigá una zorra. Era muy ladina y muy astuta. Y vivía a lo grande. Cazaba faisanes, perdices, becadas... Aunque tampoco les hacía ascos a los pajarillos. iY los huevos le gustaban! No se podría calcular el número de nidos que destrozó y de avecillas que se comió. Una vez, se puso a contarlos un cuclillo: «iCu-cu! Uno. ¡Cu-cu! Dos», y todavía sigue contando... Tanto merodeó la zorra, que empezaron a desaparecer las aves silvestres por aquellos lugares.
Pero el tiempo pasa sin esperar a nadie. Y también le llegó 5u mal momento a la zorra. Con los años perdió vista, perdió fuerzas... Salió un día de caza y se encontró a un faisán que iba por un camino. La zorra se deslizó con mucho cuidado por entre los matorrales y luego pegó un salto y le echó la garra al faisán.
El faisán se debatió, se revolvió, agitó las alas, le arañó todo el hocico a la zorra con los espolones y se escapó. La zorra no pudo con él. El faisán se subió a una rama, ¡y venga a reírse de la zorra!
-iValiente cazadora! Para lo único que sirves ya es para adorno de algún abrigo. iY nada más!
Volvió la zorra a su agujero, llorando de hambre y de rabia. La caza se le daba cada día peor.
Rondaba días enteros por la taigá sin apresar nada. Probó incluso a comer airelas, y se puso tristísima: había muchas, sí, pero no le quitaban el hambre.
Aquel otoño, las aves migratorias se marcharon muy pronto hacia los países cálidos. Empezaron a pasar bandadas de patos, de gansos, de grullas... Gritaban, despidiéndose de los montes, de la taigá y de sus lagos hasta la primavera siguiente.
Oír sus gritos, la zorra pensó incluso en la muerte: las nevadas empezarían temprano, y ella no tenía ninguna provisión para el invierno.
Caminaba la zorra al azar, con la cabeza gacha, cuando se dijo de pronto:
-Tengo que dar con alguien más tonto que yo. Y entonces saldré adelante.
En esto se encontró con un oso.
-¿Adónde vas, vecino? -le preguntó.
Contestó el oso:
-Pues mira, vecina: ando buscando a alguien que me explique lo que gritan las grullas al volar.
La zorra se quedó como pensando un poco antes de contestar: 
-Espera: debemos hacer como el chamán, y entonces nos enteraremos.
Se puso un cinto de corteza trenzada, colgó de él unas astillitas y unas piedrecitas y empezó a bailar, barriendo el suelo con la cola y pegando en una calavera de perro a guisa de pandero. El oso se quedó pasmado mirando a la zorra y luego, para ayudarla, se puso a pegar palmadas.
La zorra dio vueltas, más vueltas, y dijo por fin:
-Vecino: ya me he enterado de lo que gritan las grullas al volar.
-¿Qué es?
-Pues que el invierno será temprano, frío y largo. Que todos los animales deben ayudarse entre ellos. Porque dicen que, con un invierno así, ni en una buena guarida puede uno salvarse solo.
-¿Y qué hacemos ahora? -preguntó el oso asustado.
La zorra contestó, muy astuta:
-Pues vivir en la misma guarida. Así tendremos más calor. Y ahora, lo que más urge es juntar provisiones y llevarlas a la guarida.
El oso se puso a pensar preguntándose qué necesidad tenía él de llevar provisiones a la guarida si le bastaba con chuparse una pata para pasarse el invierno dormido. Así se lo dijo a la zorra. La zorra se puso furiosa.
-¿Quién quería saber lo que gritan las grullas? -chilló, pataleando. Tú, ¿verdad? Pues, ya que te has enterado, haz lo que te dicen. Si no quieres, me buscaré otro compañero, y allá te las arregles tú solo...
El oso terminó pidiéndole perdón a la muy ladina.
Convinieron que vivirían en la misma guarida y se fueron de caza para hacer provisiones. Pero se les daba mal la caza: a la zorra, porque no tenía fuerzas bastantes, y al oso, porque se acercaba la época de su sueño invernal y no pensaba en la caza, sino en su osera. ¿Quién caza en esas condiciones?
La zorra estaba furiosa, pero lo disimulaba. Mientras caminaban, sólo pensaba en cómo podría engañar al oso.
Tanto como habían caminado por la taigá, y no habían cazado nada...
Al De pronto el oso se puso a olfatear con el pelo erizado, las narices muy abiertas y los ojos desorbitados.
-Por aquí huele a una cosa extraña, vecina.
Anduvo de un lado para otro y enganchó algo con una garra. La zorra vio que era un cuchillo de cazador. Se conoce que alguien lo perdió cuando estaba por allí cazando. La zorra se puso a cantar y a bailar. El oso le preguntó por qué estaba tan contenta.
-Pues por eso, vecino -contestó la zorra. ¡Ahora sí que vamos a pasar un buen invierno! Este objeto que has encontrado está hechizado. Puede darnos tanta carne como no podrías tu cazar en toda la temporada.
El oso también estaba encantado de pensar que ya podía meterse en su osera para dormir todo el invierno en lugar de andar husmeando por la taigá.
-Vamos, vecina; vamos a casa en seguida -dijo.
-¡Vamos, vamos!
La zorra echó a correr por delante. Llegó a lo alto de una cuesta por donde bajaba un sendero. Clavó el cuchillo con la punta hacia arriba en mitad del sendero y volvió donde estaba el oso.
-¿Por qué andas tan despacio? Vamos a echar una carrera -le gritó.
Los dos echaron una carrera hasta donde empezaba la cuesta. Dijo la zorra:
-Oye: vamos a rodar cuesta abajo a ver quién llega antes. El oso aceptó y los dos se echaron a rodar.
-¡Rueda, rueda, carne de la buena! -iba cantando la zorra.
-¿Qué cantas? -le preguntó el oso.
-Canto que ahora habrá carne para un cuarto de invierno. Siguieron rodando. La zorra no paraba de cantar. El oso le preguntó qué más cantaba ahora.
Contestó la zorra:
-Pues canto, vecino, que ahora habrá carne para medio invierno.
En esto chocó el oso con el cuchillo que la zorra había clavado a mitad de la cuesta y que le abrió el vientre. La zorra cantaba ya a gritos:
-¡Ya no rueda, ya no rueda la carne buena! Medio moribundo, el oso le preguntó:
-¿Y ahora qué cantas?
-Pues canto, vecino, que ahora habrá carne para el invierno entero.
El oso se murió. La zorra se llevó su carne a la osera y allí se pasó el invierno.
Así fue como la zorra engañó al oso.
Bien dicen que nadie espere nada bueno del astuto y del ladino.

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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