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sábado, 27 de diciembre de 2014

La jactancia

Quien hace caso de un jactancioso, siempre se busca complicaciones.
Erase una liebre que vivía en la taigá. Aparentemente, era igual que todas las liebres: dos orejas largas, dos patas cortas para sostener la comida y dos patas largas para huir de los enemigos. Pero era una liebre jactanciosa. Tanto, que nunca se había visto otra igual entre el pueblo leporino.
Conque una vez se comió una raicita de saraná y fue contándoles a las demás liebres:
-Iba yo corriendo por el bosque, en busca de algo de comer, cuando de pronto tropecé con algo. Por poco me rompo la cabeza. Mirad, ¿veis?, me he partido un labio.
--Cierto, tienes el labio partido -rieron las demás liebres. Pero todas las liebres lo tenemos así.
Y nuestra liebre:
-Todas las liebres lo tienen así, pero el mío es de otra manera. Si os queréis enterar, no me interrumpáis... Pegué contra algo y me encontré con que era una saraná como nadie ha visto nunca. El tallo de la saraná era tan alto como un alerce. La flor, tremenda de grande. Y la raíz, del tamaño de un oso. Me puse a escarbar la tierra y, como tengo los dientes afilados y las patas fuertes, escarbé una montaña de tierra a cada lado. Y saqué la raíz. Una raíz, que me he pasado diez días seguidos comiendo de ella, y ni la mitad me he comido. ¿No veis cómo he engordado?
Las liebres la miraron.
-Estás como todas -dijeron-. No has engordado más que nosotras.
-Eso es que estoy cansada de tanto como he corrido para llevaros a ver esa raíz. Como tengo tan buen corazón... Ya que me he dado yo un hartazgo para toda la vida, he pensado que podíais terminar vosotras esa raíz tan rica como no habéis probado otra.
¿Qué liebre le va a hacer ascos a una rica raíz? Aquéllas, con la boca hecha agua, preguntaron:
-¿Y cómo se llega a ese sitio?
-Yo os llevaré encantada.
Echaron a correr las liebres detrás de la jactanciosa hasta que se detuvo en un sitio y dijo:
-Aquí encontré la saraná del tamaño de un alerce. Y aquí escarbé con las patas dos montañas de tierra.
-¿Dónde están esas montañas? -preguntaron las otras.
-Se las ha llevado el río.
-¿Dónde está ese río?
-Se ha ido al mar.
-¿Dónde está esa saraná?
-Se ha marchitado. Como yo me comi la raiz...
-¿Y el tallo de la saraná?
-Se lo comió un tejón.
-¿Dónde está el tejón?
-Se marchó a la taigá.
-¿Dónde está la taigá?
-La quemó un incendio.
-Y la ceniza, ¿dónde está?
-Se la llevó el viento.
-Y los tocones, dónde están?
-Los ha tapado la hierba.
Allí estaban las liebres, aleladas, sin llegar a entender si era cierto lo que les contaba la otra.
Y ella seguía con la suya:
-¡Pero si es muy fácil encontrar una saraná así! ¡Lo más fácil del mundo! No hay más que ir corriendo y mirando hacia los lados. Si a un lado no la ves, seguro que la ves al otro...
¡Había que ver la carrera que emprendieron las liebres! Tanto se afanaban por mirar hacia los lados, que se veían el rabo pero no veían lo que tenían delante. ¡Y venga a mirar a los lados para que no les pasara desapercibida la rica saraná del tamaño de un alerce!... Así estuvieron corriendo hasta que se desplomaron sin fuerzas. Y entonces, del hambre, la simple hierba les pareció más rica que la saraná.
Pero, desde entonces, los ojos de las liebres no han vuelto a su sitio...

1.098.1 Naguishkin (Dmitri D.) - 074

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