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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Josefin, el emigrante - Cap I. La partida

Dedicado...
...a  cuantos  llenos  de  fé,  arribaron  un  día  en  busca  de fortuna  a  la  América  dorada  y,  cayeron  vencidos  a  mitad  de carrera.
...a  cuantos  no  pudiendo  soportar  la  nostalgia  de  la  Patria lejana, volvieron maltrechos a ella...
...a  cuantos  buscando  oro  y  felicidad,  hallaron  dolores  de cuerpo, trabajos forzados y, olvido del alma...
   
Todo fué sencillo, como sencilla es el alma aldeana.
Dos hermanos, en una hacienda pequeña. El mayor, había de ser, casado para en casa. El segundo, debiera de emigrar en busca de la fortuna, que, en tan exigua hacienda no podía hallar. Razonamientos elementales que, encierran todo el giro de una vida.
Josefín,  tenía  a  la  sazón  dieciocho  años.  Alto,  fornido,  de agradable  presencia  y  nada  tonto.  Jamás  le  había  arredrado  el trabajo ni las privaciones y, cuando su padre le indicó la necesidad de que fuese "pa la Bana", acogió la noticia sereno y hasta alegre.
-¡Bueno padre, diré!
Apenas si hubo más diálogo, porque en los momentos solemnes las palabras traicionan y sólo quedan los sentimientos.
Era  una  noche  clara  de  octubre.  El  padre,  enfermo  hacía  unos meses, -tal vez de pena, al ir madurando la decisión de enviar tan lejos de sus lares al hijo de su sangre- reunió en su humilde alcoba a todos los suyos. La mujer, sentóse sobre la cama del paciente y sus dos hijos, de pie tras ella, guardaban silencio sepulcral. Unicamente sentíanse de vez en vez, los suspiros sostenidos de la madre:
-Bueno fíu -con voz entrecortada hablaba el padre.
-Hoy marches por es¡ mundu de Dios. Deseo sepias, que te quiero como a Monzón, el tu hermanu que queda. ¡Pero la vida ye así! El, ye el mayor, tien moza a gustu de tóos y, debe casase p'ancasa...
-Sí,  padre.  Véolo  bien.  A  él  corresponde¡;  además,  yo  siempre suañé con dir a América, cruciar el mar, trabayar y facer dineru, pa un día volver ricu...
-¡Bueno;  el  que  marcha  con  ganes  de  trionfar,  ye  fácil  que  lo logre. Pero mira fíu; la vida a veces tien munches porqueríes y a lo mejor... Por eso te digo, que si un día quies volver, aquí tá to casa.
Non ye sólo de Monzón, ye tuya tamién. ¿O qué Monzón?
-¡Padre!... -conmovido susurró el aludido.
-La casa ye tanto d'él como mía... El día que vuelva, lo tendrá tó a su disposición... y no pudo continuar, porque la emoción le ahogaba.
-Ya  lo  ves  Josefín.  Agora  vete  con  Dios,  fíu  míu.  Acuérdate siempre  de  los  tuyos,  acuérdate  siempre  de  Dios,  y  procura  ser buenu en la vida, que siéndolo, llevarás la mejor recomendación. Ya sabes qu'en la Bana t'espera el mió hermanu. Ye tíu tuyu, ricu, y ta tenderá. ¡Ven que te abrace por última vez!...
Josefín, llegóse a su padre, dejándose abrazar y besar. Los brazos escuálidos del enfermo, temblaban contra su cuerpo. Las lágrimas, bajábanle  por  las  mejillas  arrugadas;  volvió  el  rostro  al  otro  lado, cerró los ojos y no quiso verle marchar.
La madre, entre gritos y desmayos, despidióle a la puerta de la corrada y pronto sintió únicamente, el esquileo del caballo y el ruido de la charret marchando por la carretera.
Josefín, miró varias veces hacia atrás en su afán de ver por última vez la casa donde naciera. Monzón, callaba, en silencio emocionante.
Allá  lejano,  sentíase  jolgorio  de  una  esfoyaza.  Mujeres  y  hombres cantaban  alegremente  y  sobre  todos,  una  voz  clara  de  mujer,  de forma magistral, entonaba:
   
       ...la despedida es corta 
       la ausencia larga:
       ¡hasta siempre que quieras 
       bien de mi alma!
   
-¿Oyes Monzón?
-Decía Josefín. -Paezme la voz de Adelina. ¿Non taría bien pararpa decíi adiós? Pero non; sigue. Non ye más que pa entristeceme, porque ella gústame y yo a ella, paezme que tamién.
¡Sigue, sigue; non quieo oyela cantar...
Entre  el  ruido  de  los  cascabeles,  no  sentían  como  aquella nostálgica canción, repetía:
   
       ...la ausencia es larga: 
       ¡hasta siempre que quieras 
       bien de mi alma!
   
Llegaron  al  Musel.  Como  debido  a  estar  incluido  en  la  Milicia, había  de  marchar  de  "matute",  ya  en  el  antepuerto  estaba,  aquel señor  gordo  que,  mediante  unas  pesetas  se  lo  había  arreglado.
También  un  alemán,  ceñudo  y de  cara  fosca,  que  sin preámbulos, dijo:
-A  ver:  ¿El  dinero?  -Josefín,  extrajo  la  cartera  y  le  dió  lo con-venido.
Aquél, continuó:
-Desde ahora, eres el fogonero, ¿entiendes? Si la policía, pregunta quien eres ¿qué tienes que decir?
-Interrogó  el  Capitán  del  barco,  que  no  otro  era,  el  alemán aludido.
-¡Qué voy pa la Bana! -Titubeante, respondió Josefín.
-Bruto. Eso nunca. Tu vas en mi barco sin documentación y si te cogen irás a la cárcel lo mismo que yo. Así que, -recalcaba bien sus palabras- tú, aunque vas para la Habana, no vas. ¿Entiendes? Eres el fogonero.
Ya entiendo. -Afirmó el aludido. 
-¿Vino alguien a despedirte? 
-El mi hermanu.
-Despídete  al  momento,  que  el  barco  zarpará  ahora  mismo.-
Ordenó el capitán.
Se abrazaron. Josefín hasta entonces tan entero, se conmovió, y llorando besó a su hermano. Volvieron a abrazarse y a llorar.
-¡Adiós Monzón! ¡Adiós! Escríbeme muncho... ¡Day un besu a mí má cuando llegues!...
Pero no pudo continuar, porque el brusco capitán, llegósé a ellos, diciendo:
-¡Ya está bien! ¡Qué no te mueres hombre! ¡No parece más que te van  a  enterrar!  ¡Hala!  ¡Al  barco!  Usted,  quédese  ahí.  No  conviene que vean muchos juntos.
Monzón,  quedóse  triste  viendo  como  Josefín  se  alejaba.  Este, volvía el rostro a cada paso, diciéndole adiós con el pañuelo, con que limpiaba sus ojos.
Pronto se perdió en el interior del barco. Monzón quedó allí quieto, extático, hasta que le vió alejarse. Entonces, se arrimó a la charret, y lleno de angustia, lloró hasta quedar ronco.
-¡Josefín, buen viaje! ¡Dios te de suerte! ¡Josefín!... Josefín...
Ya  la  oscuridad  del  Cantábrico,  había  absorvido  el  buque,  que impasible a los más hondos sentimientos, enfilaba su popa hacia el horizonte.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

Josefin, el emigrante - Cap II. Estancia I

Llegó la hora de desembarco, en una noche tropical, tibia, suave, extenuante. Abríase, potentemente iluminada por los reflectores del puerto,  la  belleza  inigualable  de  la  bahía  de  la  Habana.  Con reciedumbre  de  siglos,  destacaban  las  siluetas  de  los  históricos castillos de la Punta y el Morro, adivinándose a la par, la artística puerta  de  la  Cabaña,  otra  de  las  fortalezas  construídas  en  época colonial.
Entre ruidos de sirenas, voces de mando y ajetreo de cargadores, llegóse  lentamente  al  muelle  el  barco  alemán,  que  portaba  entre otras mercancías, al emigrante Josefín. Ya en el antepuerto, había recibido orden del Capitán, para que prestamente se asease; cuando cumplido el encargo, asomóse a cubierta, estaba atracado el buque, lánguidamente balanceado, por la suave corriente de la Bahía.
Con  rapidez,  unos  marineros  tendieron  la  pasarela.  Inmediatamente, dos hombres llegaron a cubierta.
El uno, viejo, encorvado, de andar cansino y mirada penetrante.
El otro, joven, sonriente y uniformado. Sin preámbulos, llegáronse al capitán  y  tras  unas  palabras  dichas  en  voz  baja,  éste,  llamó  a Josefín. 
-Tu tío. -Presentó.
El viejo, dejóse abrazar y besar por el rapaz, que nerviosamente le preguntó por su salud, y le contó cosas incoherentes de la familia en Asturias. Cuestiones que a su tío, no parecían importarle, por que sin apenas hacerle caso, reponía:
-Déjate de monsergas, rapaz. Ahora, lo interesante, es arreglar tu situación. Síguenos.
Josefín,  quiso  despedirse  del  capitán  y  no  pudo;  ya  se  había hundido en las bodegas del buque, después de haber entregado sin novedad la mercancía.
Poco más tarde, aquel joven uniformado, sentado tras una mesa de escritorio en una oscura oficina del Puerto, recibía de manos del tío de Josefín, un puñado de dinero. A cambio, entregó al viejo, unos papeles  sellados.  Despidiéronse  con  apretón  de  manos.  Ya  en  la calle, el tío decía:
-Eres  un  ciudadano  cubano.  Habrás  visto,  como  he  entregado doscientos  pesos  para  legalizar  tu  situación.  Por  tanto,  acuérdate que,  desde  hoy  eres  mi  deudor.  Dé  no  haberlo  solucionado,  irías irremisible-mente a Triscornia.
-En cuanto trabaye y gane, pagaréiles, tíu.
-Replicó el sobrino.
-¡Desde  luego! 
-Secamente  repuso  el  viejo. 
-Son  las  tres  de  la mañana y por tanto, debemos ir a dormir.
Hoy, como pariente, dormirás en mi casa. Mañana por la noche, como empleado, dormirás en la tienda.
-Donde  usté  quiera  -argüía  aquél. 
-Tengo  sueñu  y  con  tal  de dormir, aúnde sea.
-Mañana, -continuaba el viejo sin hacer caso a las manifestaciones del joven- te llevaré a dar una vuelta por la Habana, a fin de que la conozcas.  Pasado  mañana;  empezarás  a  trabajar  y  por  tanto,  no tendrás quizá en años, ocasión de ver la hermosa ciudad.
-Pero tíu -espantado dijo Josefín.
-¿Ye qué aquí el que trabaya, non sal nin de día, nin de noche?
-¿Para qué, chico? 
-Con la mayor frialdad decía su tío. 
-El que sale del tajo para pasear, no es un buen trabajador y nunca nada hará.
Aquí,  no  lo  olvides  nunca,  se  viene,  única  y  exclusivamente,  a trabajar. Sólo a eso. A trabajar. 
-Y recalcó con reciedumbre la frase.
Josefín,  quedó  silencioso  y  algo  triste.  Miró  hacia  lo  alto  y antojósele ver las mismas estrellas de Asturias. Marchaban a lo largo de la calle Virtudes. De un balcón. entreabierto, salía un rayo de luz y  envuelto  en  él,  risas,  de  mujeres,  mezcladas  con  las  notas dulzonas de un piano.
-Mira,  sobrino.  
-Inició  la  conversación  el  viejo.  Esta  es  la  calle Virtudes y allá el Prado. Ya ves mi tienda, con un letrero luminoso que dice: La "Casona". Encima, está la vivienda.
Subieron y entraron en un piso que pudiera decirse abandonado.
Sólo dos habitaciones, sucias, sin muebles, ni ropas. Pronto saltaba a la vista que, allí vivía un hombre sólo y huraño.
-Ahí tienes tu cama de hoy, sobrino. Mañana, será otra cosa.
Sin más, se alejó.
En las pocas horas que restaban a la noche, Josefín, no durmió.
Por las amplias ventanas, entraba el aliento sofocante de la noche.
Gran  laxitud,  amodorramiento  y  cansancio,  invadían  todo  su  ser, hallándose en una situación de extraño desasosiego. Era la primer noche  tropical,  que  le  enfebrecía,  haciéndole  hablar  sólo,  en  claro delirio:
-¡Madre! ¡Ya toy en la Bana! Cerca de mí, rínse muyeres cubanes; suena un pianu, y, talmente paezme oyer repicar, el oro bailando per les calles... Mañana, voy ver la Bana, con mió tíu y pasau ganaré sin frayar tarrones, les primeres perres de una fortuna. ¡Madre! ¡Madre!
¿Sigues  llorando  per  mí?  ¿Non  ves  que  feliz  soy?  ¡Cuando  vaiga, llevaréte  un  rosariu  de  oro,  que  brille  na  Iglesia  más  qu'el  sol! ¡Madre mía!...
Y seguía en la noche tropical, delirando en extraño rerviosismo...
No bien serían las once de la mañana, cuando Josefín, llevando de guía a su tío, irrumpía lleno de ansiedad sabedora en las calles de la Habana. Las amplias avenidas del más moderno estilo, los grandes edificios de atrevidas líneas, los monumentos perpetuadores de la Colonización, los parques repletos de esbeltas palmeras, los miles de automóviles  pasando  y  repasando  por  las  calles...  todo  le  hacía estremecer en sobresaltó de sorpresa.
Eso  pensó  su  tío,  cuando  viéndole  con  la  boca  abierta contemplando el Capitolio, y después unos escaparates llamativos de un gran almacén, le preguntó:
-¿Te asusta ésto, verdad?
Asustame non, tíu. iGústame! Ahora que, tal paez. me Xixón. En toos llaos, letreros de tiendes que se llamen de López, de Suárez, de Quirós.  Lo  único  que  veo,  más  automóviles.  
-Tranquilamente respondió Josefín.
El  tío  lo  miró  de  arriba  abajo,  con  mirada  escrutadora, reponiendo:
-Veo que no eres impresionable. Es una gran virtud de carácter para llegar.
-¿Qué  diz?  
-Inquirió  el  sobrino  que  no  había  comprendido  el alcance de las palabras del viejo.
-No. Nada importante. 
-Razonó el tío, para continuar. 
-Estamos en la Plaza de la Catedral. Un buen recuerdo de España.
Efectivamente.  Hallábanse  en  uno  de  los  rincones,  donde  aun perdura la grandeza de la Madre Patria. Esta Plaza de la Catedral, juntamente con la de Armas, conservan su primitivo carácter, siendo los dos más bellos rincones típicos coloniales, de la vieja ciudad de San  Cristóbal  de  la  Habana.  Allí  estaba  perenne,  la  magnífica Catedral, como claro exponente de la pujanza espiritual de la raza, que  siendo  Madre,  en  parto  glorioso,  sembró  hijos  en  el  Mundo Nuevo y cuajó de monumentos a todo un Continente. A ambos lados de  la  Catedral,  hállanse,  como  centinelas  guardadores  eternos  del inapreciable  tesoro,  los  palacios  del  Conde  Lombillo,  Marqués  de Arcos y Marqués de Aguas Claras, cabe la calle del Chorro.
-Tío -preguntó con ansias de saber Josefín.
-¿Esto quién lo fizo y pa qué?
-Lo  hicieron  unos  albañiles  españoles,  para  nada.  Mejor  dicho, para que una vez terminado y gastado en la obra buenos millones de oro,  donados  por  la  esplendidez  española,  viniesen  los  Estados Unidos a apoderarse de ellos. 
-Esta fué, la erudita explicación que acertó a hilvanar el opulento bodeguero del Prado.
Siguieron  caminando  por  la  ciudad.  Boquiabierto,  emocionóse Josefín, al contemplar en la Alameda de Santa Paula, el Arbol de la Fuente,  monumento  levantado  en  el  año  1847  en  homenaje  a  la Marina de Guerra Española. Rápidamente, fueron desfilando ante sus retinas insaciables, otros rincones bellísimos, recuerdos emocionantes de la Habana colonial, tales como la Cúpula de Santo Domingo, Casa de Rey Aguiar, Senado, Palacio Municipal... junto con
la  moderna  población,  donde  resaltan  edificios  de  tan  magnífica factura, como el Colegio Jesuíta de Belén, el Colegio de Arquitectos, el  Hotel  Nacional  y  muchos  otros  que  la  ofuscación  del  joven emigrante, no alcanzó a ver.
En  unión  de  un  viejo  amigo  de  su  tío,  comieron,  Después, pasearon  por  los  jardines  del  Centro  Asturiano,  contemplaron  el campo  de  Deportes  de  la  "Tropical",  miraron  de  refilón  el  anuncio llamativo de un cabaret,
Las primeras luces, semi-iluminando las calles, interrumpieron el paseo.
-Vamos  sobrino.  Nos  quedan  cuatro  cuadras  para  llegar  a  la tienda. Ten en cuenta que, hace muchísimos años que no he perdido el tiempo como hoy. Hora que se pierde, nunca se recupera.
Josefín, callaba y otorgaba. En ésto, plantáronse ante la "Casona", que se hallaba ya cerrada.
-Fíjate en la bodega. De las mejores de la Habana, y, es mía, muy mía. 
-Decía  hinchándose  de  vanidad  el  viejo. 
-Pues  bien,  sobrino; cuando  vine,  no  tenía  donde  caerme  muerto.  Hoy  tengo  mucho  y todo fué hecho a fuerza de trabajos, de sacrificios, de penalidades, de privaciones. Esta "Casona", vale miles de pesos y tengo el orgullo de decir que, es la mejor bodega del Prado. Ahora, entras en ella, como yo entré: desnudo. Puedes salir bien vestido en oro, si sigues mis consejos. Nada de paseos, de diversiones, de holganza. Debes de  decir  adiós  a  todo.  Al  buen  comer,  al  bien  vestir,  al  amor  de verdad  y  al  amor  barato.  Piensa  sobrino,  que  precisamente  las mujeres, son la bancarrota del ahorro.
Y según se hallaba en plan de consejero paternal, abrió la tienda.
Encendió la luz, diciendo:
-Ven.
-Le llevó a la trastienda.
-Ya eres mi empleado. Cógete esos sacos vacíos, y sígueme. Josefín, obedeció en silencio.
-Ahora, -decía el viejo nuevamente en la tienda. Tu cama, será debajo de este mostrador. ¡Muchos años fué mi sitio! Extiendes los sacos y tendrás estupendo mullido. Por la mañana, los recoges, los doblas y los guardas en la trastienda, para usarlos a la otra noche.
Josefín,  quedóse  atónico.  Quiso  protestar,  pero  la  angustia  en forma de nudo doloroso en la laringe, impidióle articular los sonidos.
Sin embargo, la lucidez de su mente, hacíale meditar: ¡Dormir cómo un  perro  debajo  del  mostrador!  ¡En  su  casa  de  Asturias,  para  los mendigos  había  un  techo  de  teja  y  yerba  seca  en  el  henil!  ¿Era aquéllo, el sueño dorado de la felicidad cubana? No podía hablar y una lágrima furtiva, traicionó el dolor de su alma:
Entonces el tío, perfecto conocedor de la humanidad, díjole:
-Aquí, sobran lágrimas, rapaz. ¿Qué te pasa?'
-Tíu... ¿cómo... voy a dormir... aquí?... Si mi pá supiere, que un hermanu trata así a un fíu d'él...
-¡Ja, ja, ja!
-Con mordacidad reía el viejo.
-Ni padre ya tienes, amigo. Aquí, estás frente a una vida, que tú, únicamente tú, debes de  vencer  y  dominar.  No  se  viene  a  por  el  oro,  por  caminos  de comodidad.  La  fortuna,  sólo  se  entrega  después  de  muy  duras pruebas.  Mira;  yo,  antes  de  ser  rico,  hube  de  operarme  por  dos veces  de  este  mal  que  pudiéramos  llamar  de  Cuba:  La  hernia.
Aprende sobrino; un mar de muchos miles de kilómetros, te trajo de un mundo a otro muy distinto: De la comodidad de Asturias, de la riqueza  de  Asturias,  donde  la  fortuna  está  repartida  para  todos,  a este otro. Allí, se duerme y descansa mucho, porque la tierra vela por los asturianos y les ofrece espléndida con sólo caricias de azada, la  maravilla  de  sus  patatas,  de  sus  alubias,  de  sus  almaizales.
Asturias, es el jardín de Hespérides, el Paraíso que todo lo ofrece al alcance  de  la  mano...  pero  la  has  abandonado.  Viniste  aquí  y,  el, cambio  es  total.  Hay  más  oro.  ¡Quién  lo  duda!  Pero  se  consigue, robándolo al cuerpo, a la salud y al alma, Esta misma lucha, es la que  nos  hace  duros,  desalmados,  avaros.  Sin  embargo,  a  mi  me queda algo de alma, y cariño. Por eso te permito dormir debajo del mostrador, ya que, si no fueras pariente, dormirías como Pancho y su compañero. Mira...
Como un autómata miró Josefín hacia el rincón que le señalaba el tío. Quedó petrificado al ver dos negros, completamente desnudos, roncando potentemente, acurrucados sobre el pavimento... Con ojos de misericordia, miró a su tío.
-¿Lo ves? Esos dos negros, serán desde hoy, tus compañeros de trabajo. Tengo negros, porque me resultan más baratos. El blanco, es muy exigente y se toma demasiadas confianzas. A tí, te admito por excepción. Bueno, sobrino, aprovecha el sueño que, Pancho, es madrugador y te despertará temprano.
Volvió la espalda y se fué. Josefín, tumbóse bajo el mostrador, y por  vez  primera  después  del  desembarco,  lloró  como  un  chiquillo.
¡Nunca tan sólo, tan insignificante, tan despreciado se había visto!
Acordóse  de  las  noches  cómodas  en  su  casa,  bajo  limpísimas sábanas; la tranquilidad del sueño, los desvelos de la madre por que ni  un  ruido  molestase  la  placidez  del  descanso.  E  insospechadamente, al quedarse dormido, oía una canción, susurrante entre las nubes,  entonada  llena  de  «saudade»,  por  la  maravillosa  voz  de Adelina... Sonriente, abrazóse feliz en los suaves brazos de Morfeo.
No podría saber con exactitud el tiempo que llevaba durmiendo, cuando  despertó  sobresaltado.  Ante  él,  vió  quieto,  a  un  negrazo retinto, corpulento como un samán y de gelfo enorme, color fresa.
Con voz gangosa, decíale:
-¡Apa. Apa, señol vagaso! Ya e sol dá en la tienda. Hala gallego a tlabajo. Mi amo dise que te enseñe.
Resignado,  levantóse  Josefín.  Recogió  los  sacos,  doblólos  con cuidado  y  siguiendo  a  Pancho,  introdújose  en  la trastienda.  En  un cajón  de  madera,  burbujeaba  un infernillo,  sobre  el  que  calentaba café. Pancho, solícito, le ofreció una taza.
-Desayuna amigaso.
-¿No hay un poco de pan?
-Cobardemente imploró Josefín.
-¿Qué  e  eso?  ¡Amo  ándele,  que  el  tiempo  pasa  y  e  talde.
Acuciante decía el negro.
El pobre Josefín, hubo de quemarse los labios y la lengua. En sus manos recibió una escoba y dispúsose a barrer. Más tarde, cambió cincuenta sacos de azúcar de una estiba a otra. Luego subió por una altísima escalera, doscientas latas de aceitunas a lo más alto de la estantería...
En un pequeño descanso, sintió la voz de su tío en el mostrador, regañando a un dependiente. Un respiro de alivio, ascendió por todo su cuerpo y olvidándose de la faena, echó a correr para la tienda, con el fin de saludarle. Mas el negro, se interpuso, le agarró con su manaza de monstruo por un hombro y le dijo:
-¡Tlabajal es lo tuyo!...
-¡Quita! ¡Voy a hablar con mi tíu!
-Enérgico, replicó Josefín.
Pero el negro imperturbable, exclamó.
-Tu tío e el patlón y patlón a mi desir, que tú no hablal con él hasta que él oldene. Todo a mi pleguntas. ¿Tú entiede, gallego?
Ante  cuya  aplastante  argumentación,  Josefín,  inclinó  vencido  la cabeza, al tiempo que una nube negra de desilusión y trísteza, cubría doliente todo su ser.
Días tan solo habían transcurrido, cuando le llegó otra más honda decepción. Ocurrió, al sábado siguiente de su llegada a la Habana y, a  los  cinco  días  de  ingreso  en  la  trastienda  de  la  "Casona".  Por mediación de Pancho, fué avisado, de que el "amo" le esperaba, para hablarle.
Con  alegría  irreprimible,  llegóse  el  joven  emigrante  a  su  tío.
¡Pensaba en sus soliloquios que, se había olvidado de que él estaba en  la  trastienda!  Quiso  cariñosamente  expresarle  su efusivo reconocimiento,  pero  quedó  pálido  e  inmóvil,  al  observar  el  gesto desplicente con que el viejo le miraba:
-¡Nada  de  bobadas,  sobrino!  Guarda  esas  efusiones  para  mejor ocasión.  Te  he  llamado  para  decirte  lo  siguiente: Mañana,  es domingo y por tanto, la tienda permanecerá cerrada. Tú, te ocuparás todo  el  día,  en  ordenar  las  estanterías;  así  no  tendrás  ocasión  de aburrirte.      
Josefín, en un arranque inaudito de energía, miró cara a cara al viejo. Mas hubo de bajar sus ojos e inclinar la cabeza, al topar con la mirada fría y dura de aquél. No obstante, objetó.
-Qdisiera dir a misa. En mi casa, nunca se faltó. 
Ante cuya respuesta, el viejo inopinadamente enfurecido, gritó.
-¡Macanas! Deja a los frailes que vayan, pues es su misión. Pero tú, no. La tuya, es el trabajo. Olvídate de todas esas monsergas de beatas.
A Josefín, le vino el cielo sobre sí. Jamás, en la vida, había sentido ofensa semejante a la más alta representación de la espiritualidad cristiana. Vió recio ante él, al hombre duro, cruel, sanguinario, que todo lo olvida, a todo renuncia, por lograr con el trabajo suyo y la extenuación  de  los  demás,  la  fortuna  soñada.  Sin  saber  como, resonaban en su cerebro, aquellas palabras del bodeguero, cuando le habló de la fortuna:... "Pero se consigue, robándola al cuerpo, a la salud y al alma"...
En  consecuencia,  Josefín,  con  fuerte  sentimiento  de  conciencia, trabajó por vez primera en su vida, todo un día festivo, dedicado al
Señor de Cielos y Tierra...

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

Josefin, el emigrante - Cap II. Estancia II

Llevaba Josefín, un año de residencia en la Habana y no sabía, si después  de  su  internamiento  en  la  trastienda  de  la  "Casona",  las gentes seguían paseando por las calles, los barcos atracando en el muelle o los curiosos contemplando la puerta de "La Cabaña", como cuando él, un día feliz, recorriera la ciudad, en compañía de su tío.
El  opulento  viejo,  habíale  bien  recalcado  la  frase.  ¡Trabajar!¡Trabajar!  Ese  es  el  único  objeto  del  emigrante  en  busca  de fortuna, en estas tierras de Cuba. Y Josefín, fiel a la orden de su tío, trabajaba  con  ahínco,  con  frenesí,  con  furor;  cuando  en  algún momento de extenuamiento desfallecía, recuperábase al instante con el  sólo  pensamiento,  de  que  ese  y  no  otro,  era  el  camino  de  la fortuna.
Habíasele  deslizado  insensiblemente  un  año,  dentro  de  aquella des-comunal  trastienda,  que  parecía  la  bodega  inagotable  de  un enorme  trasatlántico,  abarrotada  de  mercaderías  diversas,  que esparcían un insoportable hedor caótico, de pieles sin curtir, de sacos de  cacao  y  de  café,  de  bacalao,  de  cáñamo,  de  barnices  y  de aceites...  Olor  espeso  y  picante  como  el  de  los  muelles  marítimos que, evocan mil cosas distintas y codiciables. Olor, empero, que no obraba influjo ninguno sobre Josefín, completamente adaptado a él.
Ya no le parecía duro ni deleznable, el lecho bajo el mostrador; tampoco  le  hacían  mella,  ni  el  calor  pegajoso  de  la  Isla,  ni  las comidas de arroz y carne de buey... No es que aquéllo, fuese parte del todo, el sueño ilusorio de la felicidad americana, no. El, de sobra sabía,  que  "aquéllo",  era  amarga  vida  de  paria,  de  desgraciado... pero se resignaba, porque tenía que ser así...
Sin  embargo,  para  llegar  a  esa  conformidad  fatalista,  hubo  de soportar fuertes dolores y desengaños, en el largo transcurso de un año,  durante  el  cual,  ni  una  sonrisa  asomara  a  sus labios,  ni  una palabra de consuelo halagara sus oídos.
Al  oscurecer  de  un  día,  y  cuando  ya  se  disponía  a  preparar  el mullido  para  su  cama  bajo  el  mostrador,  descubrió  al  fondo  de  la trastienda, una pequeña ventana que daba a la calle. Rápidamente llegóse a ella y antojósele, al ver media manzana de casas, por tan exiguo agujero, que la cadena, habíase trocado por  el ala. ¡Era la misma agridulce alegría del preso, cuando tras los barrotes goza, dé la libertad de la vista! Ante él, aparecía un trozo de ciudad riente con sus fachadas blancas, añil o verdes, en actitud de voluptuosidad extasiada.  En  algunas  ventanas,  asomábanse  caras  subyugadoras  de mujeres. Caras hermosas de labios rojos y ojos pardos. Mujeres de vestiduras  livianas,  de  seda  y  de  tentación,  de  antebrazos retrecheros,  de  escotes  endiablados...  Josefín,  sintió  de  súbito  el espoleo agudo del deseo... Angustiado, pasó la mano por la frente...
Las mujeres o el cálido vaho del anochecer, influyeron en su espíritu con  una  fuerza  abrasadora  llena  de  nostalgia.  De  pronto,  sintióse enorme-mente  triste;  pensó  en  evocación  atormentadora,  en  lo bellamente hermosa que era su Asturias y en lo lejos, muy lejos, que estaba de ella.
-¡Mi  Asturies,  mi  Asturies!  Allí,  con  un  cachín  de  tierra  y  dos vaquines, sería feliz, viendo el sol en lo alto en los días claros y les estrelles correr por el cielu en les noches serenes. Allí, podía decir a Adelina, ya madre de un neñu: ¡Qué felices somos!
Maltrecho, huyó cobardemente de la ventanuca y tumbóse bajo el mostrador,  maldiciendo  su  negra  suerte  y  la  hora  en  que  había aceptado  el  venir  a  la  Habana.  Desde  allí,  sintió  las  notas  de  un pasodoble y entonces, sin preocuparse de Pancho, que podía oírle, exclamó:
-Afuera hay música y hay amor... ¡Y yo durmiendo como un perro, debaxo del mostrador!... 
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
Pese  a  todo,  Josefín,  continuaba  con  afán  al  trabajo  sin preocuparse  gran  cosa  de  cuanto  acontecía  más  allá  del  tajo.  De nuevo, fué el negro Pancho, quien le trajo la orden:
-Amigaso. Amo dise que tú hablal ahola con él.
Retrepado en un viejo sillón, dentro del cuartucho que servía de oficina, aguardábale su tío. Ante él, tenía un gran librote y las llaves de la Caja fuerte.
-Siéntate, Josefín.
-Fueron las primeras palabras del viejo,
Aquél, obedeció en silencio.
-Te he llamado -inició solemnemente la conversación el tendero- para  decirte  unas  cuantas  cosas.  Lo  primero,  que  estoy contento contigo.  Y  lo  segundo,  que  supongo  no  habrás olvidado  que  me debes doscientos pesos.
-No tíu. No lo olvidé. Pero llevo aquí un año y entovía non cobré ná.  Yo,  díxei  que  en  cuantes  toviera  perres,  que¡  pagaba.  -Con entereza replicó.
-Bien,  chico.  Con  que  lo  recuerdes,  basta.  No  te  he  pagado, porque  tus  ganancias  las  voy  incluyendo  en  mis  libros,  para entregártelas en su día. Naturalmente, previo descuento del gasto de comida. Eso lo tienes bien seguro.
-¿Y por qué non me descuenta la deuda y así cuando cobre no¡ debo ná?
-Interrogó hábilmente el joven.
-Veo  que  no  eres  nada  tonto. 
-Agradablemente  sorprendido repuso su tío.
-No está mal la idea. Pero mira, chico. Lo que aquí ganas, es mío para tí. La deuda, quiero que me la pagues con dinero ganado en otro sitio. Entiéndeme. Las noches son largas y se huelga demásiado. He hablado con el dueño de los grandes almacenes de azúcar Arrazola, y desde mañana irás a trabajar allí todas las noches.
Necesitan éstibadores y pagan bien.
-Pero tíu -en son de queja reponía el sobrino.
-¿Si trabayo de día aquí y de noche allí, cuándo duermo,?
-¡Oh! Sobran horas. En el almacén, trabajarás de siete y media a doce y media. A la una, puedes estar durmiendo y hasta las cinco en que te levantas, sobran horas para dormir.
-Pero... -intentó hablar Josefín.
-Ningún pero, chico. Y como estamos perdiendo el tiempo, hemos hablado  bastante.  Inclinóse  sobre  el  librote,  lleno  de  cifras,  y  no hubo más palabras.
Resignado,  presentóse  Josefín  en  los  grandes  almacenes  de Arrazola,  y  cargó  hasta  extenuarse,  grandes  sacos  de  azúcar.  Al principio, costábale inhumano esfuerzo, poder subir el sólo a las altas estibas,  un  saco  de  ciento  cincuenta  kilos.  Más  la  costumbre  y práctica, hízole en poco tiempo el más fuerte y hábil cargador. Con presteza,  llevaba  bajo  cada  brazo  un  saco  del  peso  citado.  Pronto ganó los doscientos pesos que adeudaba a su tío; aquella noche, en que loco de alegría, iba a dar fin a su tarea, y pasar por la oficina a cobrar, un suceso lamentable, dió al traste con sus ilusiones.
Junto con él, trabajaba otro asturiano, fuerte y robusto. Hasta la llegada  de  Josefín,  había  sido  considerado  como  el  hombre  más fuerte  de  todos  los  cargadores  y,  orgulloso  de  su  valer,  no  podía soportar  que,  un  muchachito,  casi  imberbe,  llevase  la  palma  del triunfo. De ahí qué, aquella noche, azuzado por otros compañeros, desafiase a Josefín.
-Veinte pesos, al que lleve primero tres sacos, a lo, más alto de la estiba.
-Aceptaos. -Sin darle importancia, otorgó Josefín. 
El asturiano forzudo, subió un saco sobre las espaldas, y después, cogió los dos restantes bajo los brazos.
Josefín, con la misma destreza, hizo otro tanto.
Entonces,  empezó  la  penosa  ascensión  a  la  estiba.  Anhelan-tes subían los dos; cuando en ésto, sintióse un agudo grito de dolor y un hombre cayó rodando envuelto entre los sacos.
Prestamente  acudieron  los  compañeros  y,  recogieron  a Josefín, contorsionándose  entre  grandes  dolores.  Con  rapidez  inusitada,  le llevaron  al  Hospital  de  Emergencia,  siendo  operado  sin  pérdida  de tiempo, de dos Hernias.
Cuando  su  tío,  llegó  al  Sanatorio,  ya  Josefín  estaba  fuera  de peligro. Por vez primera le sonrió, y acariciándole la frente, dijo:
-¡No te apures chico! Eso no es nada. Es el mal de la Habana.
Ya en período de convalecencia, recibió una carta de su hermano, Monzón. Entre otras cosas, le decía:
-"Mi  muyer  ye  buenísima  y  dióme  un  fíu  que  ye  un  ángel.  De verdá te digo Josefín, que somos muy felices. ¡Tengo míeu de selo tanto como tú, de señoritu, en la Bana. Arreglamos la casa, por que la hacienda marcha bien. Ya verás cuando vengas; no la conoces.
Tamos na época de romeríes y non dexamos una. Hay que devertise.
¡Qué no sea tó trabayar! Adelina, siempre me pregunta por tí."
No terminó el infeliz de leer la carta. ¡Allá, en Asturias, estaba la felicidad  que  había  abandonado!  ¡Romerías!  ¡Amores!  ¡Diversio-nes!... Adelina preguntando por él... por el señorito que... ¡Estaba herniado doblementel...
Lejos de lo que pudiera pensarse, la lectura de la carta no dejó huella dolorosa en él. Los sinsabores, desilusiones y amarguras de un año de vida, iban endureciéndole el corazón...
De  nuevo  reincorporado  a  la  "Casona",  ocupado  estaba,  en seleccionar unas cajas de bacalao, cuando su tío, llegóse a él y en forma halagüeña, le decía:
-Vas a pasar a dependiente. Para ello, debes de abandonar ese lenguaje  aldeano.  Llevas  más  de  un  año  entre  cubanos  y  no  has cogido  el  menor  acento.  Es  necesario  que  lo  cojas.  Asimismo, precisas corregir tu letra endemoniada y practicar las cuatro reglas.
Desde mañana, irás a clase por la noche, con el maestro Poncio,
Presentado  por  el  propio  bodeguero,  inició las  clases  Josefín.  El maestro Poncio, era negro y afamado cocinero de uno de los más importantes  hoteles  de  la  ciudad.  Cuando  sus  quehaceres  lo permitían,  pasaba,a  ser  el  Maestro.  Su  preparación  pedagógica, cifrábase  en  regular  leer,  malamente  escribir  y  a  duras  penas  resolver  las  cuatro  reglas  aritméticas.  Sin  embargo,  era  económico para la enseñanza y según el pensar del dueño de la "Casona", su gran  virtud.  Aparte  claro  está,  que,  como  casi  todos  los  alumnos eran  ya  hombres,  emigrantes  en  su  mayoría,  con  ansias  de preparación para abrirse camino, resultábale fácil la misión, porque el ahinco, el esfuerzo y los desvelos de los aprendices, bastaban para garantizar el éxito.
Josefín, era uno de tantos, que se aplicaba con verdadero furor.
En poco tiempo, con sólo la práctica -pues instrucciones no sabía dar el Maestro- había mejorado notablemente la letra y leía de corrido.
Lo que más trabajo le costaban eran las cuentas. Precisamente, su final de carrera, estuvo en una operación de dividir.
Luchaba  como  un  condenado  con  los  números  que  se  le atravesaban.  Presentaba  al  maestro  la  operación,  siempre  con  el mismo resultado.
-Está mal. -Exclamaba el negro, sin preocuparse de orientarle en la solución. Nueva denodada lucha contra los números, con resultado negativo.
-Dígame usté por favor, como es...
A lo que el negro en tono zumbón, replicó:
-Si yo te lo digo chico, no tiene gracia. Eres no más, un  burro blanco.
Fué como un trallazo, la sacudida que vibró en su cuerpo al oír aquellas  frases.  Retador  miró  al  negro.  Levantóse  de  la  mesa  y abalanzándose  sobre  él,  le  dió  una  terrible  bofetada,  que  le  hizo perder el equilibrio; cayó chillando como una fiera, contra una de las paredes de la clase.
Josefín, lleno de ira, exclamaba:
-Un negru, jamás, llama burru a un blancu.
De  forma  tan  poco  elegante,  terminó  Josefín  su  preparación cultural. Pese a ello, a poco más de un año de estancia en la Habana, pasaba,  con  todos  los  honores,  a  ser  dependiente  y  hombre  de confianza, de la opulenta bodega, la "Casona".

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

Josefin, el emigrante - Cap II. Estancia III

Los  pasos  iniciales  de  Josefín,  como  primer  dependiente  de  la "Casona", fueron una sucesión continua, de lamentables fracasos. En primer lugar, la lengua torpe hasta la exasperación, no acertaba a modular  una  palabra  medianamente  castellana,  aferrada  como estaba a su bable nativo. Después, la falta absoluta de sociabilidad, hacíale  montaraz,  huraño  y  cobardón,  hasta  el  extremo  de  bajar siempre la vista, como temeroso de enfrentarse cara a cara con el cliente que le reclamaba. Por otro lado, la sobrexcitación nerviosa, contínua e irreprimible, causa era de que cuantos paquetes, frascos o envoltorios  tomaba  en  sus  manos,  cayesen  con  estrépito  sobre  el pavimento.
Pese a ello, su viejo tío, amplio conocedor del estado de ánimo en que su sobrino se hallaba, lejos de exasperarse con la torpeza del novel dependiente, era la mano tutora que le amparaba y guiaba en el aprendizaje.
Por eso, cuando en innumerables ocasiones, Josefín, se llegaba a él, para rogarle le volviese a la trastienda, reponía:
-No te desilusiones sobrino. El mejor atleta del mundo, comenzó a gatas su carrera.
Y  Josefín,  todo  voluntad,  ahínco  y  tesón,  llegó  en  no  mucho tiempo a ser un experto dependiente. Entonces su tío, dejó de ir por la  tienda,  llegándose  a  ella  únicamente  a  finales  de  mes,  para reconocer los libros, que siempre encontraba en excelente situación.
Por  este  tiempo,  si  no  amo,  jefe  de  la  "Casona",  trabó  Josefín amistad, con  el  simpático  viajante  D.  Manolito,  también  asturiano, nacido en Llanes. Era pequeñito, alegre y borrachín. Frisaba en los cuarenta  años  y  soltero  de  "profesión",  repartía  sus  horas  entre vender  a  los  bodegueros  y  piropear  a  cuanta  mujer  hallase  a  su paso, sin reparar jamás en color, raza o edad. Sin embargó, era un dignísimo  representante  comercial,  respetado,  admirado  y  querido, no  sólo  por  sus  dotes  inigualables,  para  vender  las  mercancías,  si que también, por su acrisolada honradez, sometida a toda clase de pruebas. Por eso, representaba los mejores almacenes de la Isla.
D. Manolito, era la única amistad de Josefín. Llegó a sentir por él verdadero  afecto,  aun  cuando  en  ocasiones  le  zahiriera  dolorosamente con puyazos mal intencionados.
-Pepe  -decía  Manolito.  -¿Cuándo  despegarás  de  ese  maldito mostrador, que te vuelve astilla? ¿Tú conoces la Habana, chico?
Josefín,  llevando  años  en  la  ciudad  cubana,  no  la  conocía  en absoluto, pues  a pesar, que  en un tiempo ya pasado, había ido a trabajar a los almacenes de Arrazola y a la clase del negro Poncio, en realidad, no había visto la calle. Por ella pasaba huído, espantado, sorteando a las gentes, buscando el camino más corto para llegar a la negra guarida de bajo del mostrador.
Cuando siendo dependiente, evitó las salidas innecesarias, tuvo un alivio de descanso; como si de sus hombros le hubieran quitado un peso abrumador.
Uno de tantos días Manolito, llegóse a él, locuaz como siempre.
Sin ninguna clase de preámbulos, díjole:
-Señor, esclavo; he estado ahora mismito con tu tío en el Banco.
Está  muy  viejo,  derrengado  y  triste.  El  mal  del  trabajo  salta  a  la vista. Tú, camarada, seguirás igualito camino.
-Manolito -reponía Josefín. -El trabajo no envejece.
 -¡Y  olé  la  modestia!  -jovialmente  exclamó  el  viajante.  -Estás hablando por tí, chico. No hay más que mirarte. Pelo blanqueando, siendo más joven que yo; herniado y tomando esa maldita postura del mostrador, que hace un arco de tus espaldas. Haz caso de mí.
Lánzate a la conquista de la calle. Tienes falta de sol, de aire, de risas de mujeres...
Y su diálogo, fué interrumpido por la llegada de Panchito -hijo de Pancho el negro- que le traía una copa de coñac.
-Oh, gracias betunero. Eres más atento que el amo.
-Comentó el viajante.
-Mi amo manda ¡seño!. -Impasible repuso el mozarrón moreno.
-Bien Pepe -seguía hablando Manolito.
-¿Piensas morirte sin salir a la calle?
-Hombre -repuso aquél. -¿Para qué hacer lo que no es preciso? ¿Qué me dan a mí en la calle? Mi sitio es aquí, siempre aquí. He venido a trabajar y éste y no la calle, es mi tajo.
-¡Trabajo!  ¡Trabajo!  Sobran  horas  para  ello  y  para  todo.  El  día estira como las ligas de las criollas... Tienes que airearte, a ver si de una  vez  se  te  va  ese  olor  a  polilla  que  atormenta.  Ahora  que  sí, chico; el día que salgas, toma grandes precauciones, pues el sol te deslumbrará, las mujeres... y apropósito de mujeres: ¿Tú sabes qué en la calle del Obispo hay "cargamento" nuevo? ¡Algo soberbio! ¡Ah!
Y también a la Alameda de Santa Paula y, al Sol, llegaron morenillas de mucho postín. Y no es eso sólo, sinó que la Loti... ¡ay! ¡ay! ¡ay!... por  cierto  que  hace  tiempo  le  dije  que  iría  a  verla  con  un  buen amigo. Inútil será el decirte, que ese amigo eres tú...
-Pues no. ¿Tú comprendes -interrogaba el dependiente- que voy a dejar mi deber por el gusto de una, juerga? Ni está bien, ni puedo.
-Porque  no  quieres.  Al  diablo  con  el  deber,  al  infierno  con  el trabajo. Alegría del sol, risas de mujeres, copas de bodegueros... Eso es la vida...
-Hay que nacer con suerte para todo, Manolito. Tu trabajas y te diviertes y, yo me divierto tristemente, con el trabajo...
-¡Macanas,  no  más!  Todos  nacemos  desnudos  y  haciendo pucheros. Cuando aún no tenemos uso de razón, la vida nos forma a nosotros;  pero  en  cuanto  lo  tenemos,  nosotros  formamos  la  vida.
Eres un miserable usurero, que morirás de rabia, al pensar que te faltaron horas para trabajar. El pecado del oro, es siempre el mismo.
Parecer  poco.  Potes,  murió  colgado  de  pena,  al  considerarse arruinado... Aún le quedaban diez... doce, quince millones... Bueno chico, me axfixia estar tanto dentro de una bodega. ¡Me axfixia!...
-¿Qué me ofreces hoy? -Interrogóle Josefín.
-Nada. Buenas cosas traigo, como dice el tamalero, pero no para tí. Cuando no seas mostrador y te vuelvas hombre que sepas salir a la calle, entonces traeré lo que quieras.
Y allá se fué el simpático D. Manolito, piropeando a las mujeres, dando  chupitos  a  su  "Vuelta  Abajo"  y  haciendo  notas  a  los bodegueros.
Josefín,  veíalo  alejarse  con  tristeza.  Reaccionaba  un  tanto  su espíritu, que poco a poco adormecía, y a su conjuro, veníasele a la mente  una  imagen  retrospectiva  de  la  vida.  Vida  triste  de renunciación. Sin una sonrisa de cariño, sin un suspiro de amor que conmoviese su alma, sin una nota musical que llegase al espíritu...
Siempre allí, encorvado sobre el mostrador y... ¡Durmiendo como un perro debajo de él!
Había  años  que  estaba  en  la  Habana  y  no  conocía  la  ciudad.
¡Mujeres,  sol,  amigos!  ¡Palabras  hueras,  sin  valor  real  alguno!  No había duda: La Habana, de un hombre joven, optimista, y lleno de vitalidad,  habíale  convertido  en  un  ser  triste,  viejo  prematuro  y, esclavo  de  las  leyes  tiránicas  de  la  avaricia.  Porque  avaricia  era, aquella  su  única  ilusión,  que  giraba  en  torno  al  vIler  de  pnas mercancías gananciosas. ¿Cuántos años llevaba allí?
He ahí una cruel interrogante, brotada al impulso de una carta de su  hermano.  En  aquella  carta,  le  decía  que  sus  padres  habían muerto.  Cabe  las  paredes  de  la  milenaria  iglesia  de  la  aldea,  él  -Monzón- había erigido para ellos, un magnífico panteón de mármol.
Además, continuaba, -"tengo cuatro hijos ya mayores que trabajan la hacienda; ha sido grandemente mejorada con compras". Asimismo comunicaba que, Adelina, se había casado y ya era madre...
Las últimas palabras de la carta, decían:
-«Ningún feliz se acuerda de los demás. En eso me demuestres -nunca  escribes-  que  yes  un  señoritu  americanu,  que  nada  te importen estos probes aldeanos».
Apenas si le conmovió la noticia de la muerte de sus padres. El corazón  duro,  envilecido,  no  vibraba  al  influjo  de  los  hondos sentimientos.  Pero...  ¿Su  hermano  con  cuatro  hijos  mayores? ¿Adelina ya madre? ¡Señor! ¿Cuántos años llevo aquí?
-¡Un señoritu americanu!... ¡Qué sarcasmo!... ¡El que no veía el sol  ni  las  estrellas  y  que  dormía  como  un  perro  debajo  del mostrador!...
Desconsolado, miraba a su alrededor y rápidamente se obraba el milagro de la recuperación. Bastábale para ello, ver a los negros en afanosa faena, las estanterías repletas de mercancías valiosas y el desfile continuo de clientes...
-¡Mi vida!... Pensaba.
E insospechadamente, llegó lo inesperado.
Ante la "Casona" detúvose un lujoso coche de alquiler. Del mismo, descendieron su tío y un señor de mediana edad, portador de una cartera. Sin preámbulos de ninguna clase, el tío, dijo a Josefín.
-Este es mi Notario. Ya le conoces. Te entregará las escrituras de propiedad,  traspasadas  a  tu  nombre,  de  esta  Bodega  y  de  todo cuanto poseo. Asimismo, los poderes que exige la ley. El Notario, te dirá  donde  debes  firmar.  Dentro  de  una  hora,  me  embarco  para
España, pues me siento viejo, maltrecho y acabado. Es mi deber, ir a morir al lugar donde he nacido. Sigue portándote como un hombre, sobrino.
Cuando Josefín, salió de su estupor, ya el barco enfilaba su proa cara al horizonte lejano, en las afueras de de la Bahía Cubana.
Entonces sí, que fué el loco, el ciego, el fanático triunfador, que hasta la gloria encuentra chiquita.
-¡Rico!  ¡Rico!  ¡Quiero  más!  ¡Más!  ¡Mucho  más!  ¡Trabajaré  sin descanso para llegar a donde no fué capaz ningún emigrante! ¡Qué importa el cuerpo ni el alma, si dentro del arca brillan con destellos de sol, los doblones divinos del oro!
Insaciable, frenético en su afán de riqueza, contaba y recontabá las cuentas de sus ganancias. Era trabajo febril, agotador, al que se hallaba entregado. De día, pegado constantemente al mostrador. De noche, anotando en el libro las ventas, preparando mercancía para la otra jornada o haciendo cálculos para nuevos pedidos. Cuando a las altas horas de la noche, tomaba la escalera de mano que le ascendía sin salir de la tienda; al piso donde había vivido su tío, quemábanle las sienes enfebrecidas.
Manolito; satisfecho con la suerte de su amigo, contemplaba entre alegre y triste, la ascensión vertiginosa de Josefín. «¡Este hombre, morirá prisionero de su misma tienda! ¡Este hombre enfermará por falta de aire!,
Una ocasión, en que Josefín se hallaba atendiendo a una negra y después  de  haberla  servido,  se  la  quedó  mirando  hasta  que desapareció en una encrucijada, Manolito, de sopetón le dijo:
-¿Oye  chico?  ¿No  te  gustan  las  negras?  ¿Has  observado,  extraña,  que  irresistible  seducción  tienen  esas  endemoniadas mujeres? ¿La mujer que te hace la limpieza arriba, es negra verdad?
-Estás  loco  Manolito  -comentó  el  dueño  de  la  "Casona".  -Tengo demasiadas preocupaciones para pensar en mujeres. ¡Pero vamos! Y mucho menos, para pensar en negras.
-Son tremendas -seguía diciendo el viajante.
-A mí, me traen de cabeza. No se que tienen esas condenadas mujeres, que aún oliendo regularmente, según dicen, que yo no lo noto, le gustan a uno. Yo, no hay un día en que no vaya a la plaza para darme el gustazo de piropear a cada cocinera, que ¡vamos! Producen el vértigo.
-Calla, calla Manolito. Eres un sinvergüenza.
-Protestó Josefín.
-Esas negrazas señor dueño -entusiasmado reponía el aludido.
-Te gustarán a tí, como a mí. Lo que pasa es que yo tengo la franqueza de decirlo. Gustan tanto como las blancazas o más. Si nó, hoy vamos a hacer una prueba. Sales conmigo y me lo demostrarás.
-No  puedo  salir.  Es  mucho  lo  que  sobre  mí  tengo.  No  puedo perder una hora.
-Pero  bueno,  judío.  Eres  exasperante.  Ni  dueño  de  toda  una fortuna,  dispones  de  una  hora  para  solaz  del  cuerpo.  ¿Eso  es  ser rico? Eso es ser miserable. ¿De qué sirve la riqueza, escondida en caja fuerte? De nada en absoluto. Tu no vives, ni nada. No haces más que el imbécil.
-¡D. Manolito!
-Interrumpió un si no es ofendido.
-Nada.  Lo  dicho. 
-Seriamente  recalcó  el  viajante.  Si  a  tí  te preguntan  qué  hay  en  la  vida,  dirás  que  mucho  bacalao  y  cacao, mucho café y tabaco; mucho debe y haber... Y no es así. En la vida hay mucho "tomate".  Mujeres hermosas pidiendo amores,  músicas que  transportan  el  espíritu  al  cielo,  playas  de  doradas  arenas, sirviendo de alfombras a Afroditas Astarté...
-Como se conoce, que jamás te has enfrentado duramente con la vida.
-Razonó Josefín.
-¿Yo?  Todos  los  días  lucho  con  ella  y  la  venzo.  Tú  eres  el  que jamás  te  has  enfrentado.  Tan  sólo  has  hecha,  dejarte  absorver, poseyéndote por completo. Eso no es lucha, es dejarse dominar, sin una  protesta,  sin  un  gesto  gallardo;  antes  al  contrario,  doblando siempre la cerviz a su servicio. Eso no es enfrentarse con la vida. La lucha es en plena calle, no en cobardía de encrucijadas. En la calle se la  desafía,  se  la  vence  y  si  es  preciso  se  toma  mi  sistema;  el  de reirse  de  la  misma  vida.  Yo  soy,  el  que  valientemente  la  desafía cara al sol, no tú, cobarde-mente en las tinieblas.
-No  soy  cobarde  ante  la  vida,  Manolito. 
-Con  fiereza  repuso Josefín.
-Pues entonces, ven a desafiarla conmigo.
-Replicó el viajante.
-¡Voy!
-Entero repuso el dueño.
-¡Hoy entraste por vez primera en el corazón de la Habana y das una alegría a tu amigo!
-Y Manolito le abrazó.
Noche de orgía, a través de las calles cubanas. Visitas a los sucios lupanares,  donde  la  pobreza  malsana  de  una  sociedad  podrida, muestra  las  huellas  sangrientas  de  la  esclavitud,  en  la  venta  de carne humana, por unas monedas de dinero. Obispo, el Sol, Santa Paula...  Después,  cabarets  lujosos:  Montmatre,  Hollywod.  Desfile deslumbrante  de  bellezas,  llenas  de  esplendor  y  coquetería.  En  el fondo, es la misma miseria de los antros de más baja estofa. Pero aquí, se disfraza con en el refinamiento de la alta sociedad. El mismo pecado, se cotiza a precios más elevados.
Josefín, como en casi la mayoría de sus actos, desde aquel día en que mercancía de un barco, arribara a la Perla de las Antillas, obraba y dejábase llevar como un autómata. Manolito, era el actor principal de  aquel  drama.  En  él,  veíase  prontamente,  al  hombre  de  gran mundo que nada le arredra ni sorprende. El hombre que a la vida con  sus  lacras  y  virtudes,  la  domaba  y  vencía.  Por  eso,  entre aquellas bellezas que un poeta diría; "con sus ojos deslumbrarían al mismo sol", él, en su insignificante persona,  era  el árbitro de una bacanal, que no vivía, pero que aceptaba sin salpicaciones, porque por  encima  de  todo,  estaba  su  sonrisa  y  sarcasmo  que  en  un momento decía: ¡Nunca amor fraguó el dinero!
Y  bebieron,  rodeados  de  mujeres  jóvenes  ¿Insinuantes.  Josefín, dejóse arrastrar por una criolla de ojos color tabaco, senos pródigos y  caderas  de  junco,  que  cariñosamente  le  llamaba  "mijito".  Wiski, Champán, Pipermín. El dueño de la "Casona", sintió entre los brazos, más calculadores que amantes, de aquella muchacha, oscurecérsele la vista, perder el conocimiento y soñar cosas dulcísimas, más que de  lucha  de  tendero,  de placer  de  Dioses.  Con  este  pensamiento, inerte entre los brazos de Manolito. y un Policía, ya bien amanecido, fué depositado como un saco de patatas en la cama de su bochinche, sobre la tienda la "Casona".
Entre  risas  y  comentarios  jocosos,  las  chicas  disfrutadoras  de Champán y licores, comentaban la terrible borrachera de aquel señor novato, en lides del vicio...
Fué  un  lamentable  despertar  para  Josefín.  Semiinconsciente todavía  por  los  efectos  del  alcohol,  llevó  su  mano  a  la  cartera.
¡Estaba vacía! Dos mil pesos habíanle desaparecido en una noche de la  Habana.  Entonces,  maldijo  a  Manolito,  cuando  ya  el  vituperado aparecía en su habitación.
-¡Malvado!  ¡Huye  de  aquí!  Eres  un  mal  nacido  y  mal  amigo.
Furióso insultóle Josefín.
D. Manolito, tranquilo, sereno, con la risa en los labios, replicóle.
-Medita  y  juzga,  mi  amigo.  Nada  se  hizo  anoche  que  no  sea reparable. Pero ha sido la gran lección de tu vida.
-¡Ha sido la gran cochinada!
-Repuso indignado aquél.
-No  lo  creas.  ¿Cuánto  has  perdido? 
-Con  la  misma  calma interrogó.
-Dos mil pesos.
-Aseveró aquél.
-¿Ves tú, cómo jamás has luchado con la vida? Una vez más te ha vencido,  por  no  estar  preparado.  Una  vez  sola  que  a  ella  te enfrentas, sales esquilmado. Eso se llama ineptitud.
-¿Tú no has gastado dinero? -Sorprendido interrogó Josefín.
D. Manolito, soltó con ganas una sonora carcajada, a la vez que decía.
-Por Dios, chico. ¿Gastar yo dinero? Le he sacado cincuenta pesos a aquella rubia platino, histérica y con afán de ser honrada, con la condición  de  que  le  busque  un  novio  lo  suficiente  tonto,  para casarse.
Entonces Josefín, claudicó en sus intenciones de apartar de sí a Manolito y le dijo:
-Efectivamente; una lección. Es necesario en la vida, saber estar en todas las circunstancias.
Volvió  a  su  tienda  y  fueron  pasando  los  meses  con  la  misma intranscendencia de costumbre. Mas he aquí que, una buena mañana de noviembre, en el mismo aposento del comerciante, se le planta la negra de la limpieza con un envoltorio en sus manos. Josefín, fué a regañarla, porque había faltado una semana a su obligación, y quedó pasmado, cuando aquélla, con la mayor calma de la tierra repuso:
-No ofendelte amol mío. Vengo a enseñalte tu hijo,
-¿Mi hijo?
-Exclamó horrorizado Josefín.
-Si  amol.  Mílalo. 
-Levantó  la  ropita  del  envoltorio  y  quedó  al descubierto una diminuta cara de niño negro.
El comerciante se horrorizó. Apartándola con la mano lejos de sí, gritaba.
-No. No. No puede ser. ¡Un niño negro! Impostora. Ramera.
-¡E muy bello!... Contemplándole decía la madre,
-Es un tizón del infierno.
-Con síntomas de arrebatado, exclamaba Josefín. -Quítalo de mi presencia. Mi hijo tiene que ser blanco como la leche.
-Bueno amol -tranquilamente reponía la negra. Me das quinientos pesos e hijo no sel tuyo.
Aquél  echó  maquinalmente  mano  a  la  cartera  y  le  dió  mil.  Al mismo tiempo gritaba:
-Vete, por favor. No aparezcas más a mi presencia.
-Pelo amolsito y ¿quién te va a plepalal la cama?
Mila "mijito" tengo una helmana joven y glasiosa. ¿Tú quelel qué venga?
-Bien. Que venga, con tal de que tú...
-Descuida  quelido.  Con  mil  pesos,  tú  no  tienes  hijo. 
-Y  se  fué escaleras abajo con el recién nacido, no osando volver la cara hacia atrás.
No tardó en aparecer Manolito, que le dijo.
-He visto ahora mismo una negraza, que me ha dejado patidifuso.
Aún  sigues  sosteniendo,  que  no  te  gustan  las  negras?  -Guasón, inquirió.
-Sigo pensando -refunfuñó Josefín- que si no te quitas de mi lado, cometo un asesinato.
Por la calle, los vendedores pregonaban a voz en grito:
-¡El tamalero se va!...  ¡Al rico mango, mangüe!... ¡Ay, que rico mango!... Llevo mamey, aguacate!...
-Bonito pregón, Josefín. Afuera la vida, sigue lo mismo. ¿Te das cuenta?
-Sí.  Y  también  me  doy  cuenta,  que  en  mí  Asturias  en  la  que pienso  más  que  nunca,  no  existen  preocupaciones  de  negras, esclavitud  de  tiendas,  ni  avaros  desgraciados.  Maldito  pregón.
¡Sardinas! ¡Sardinas frescas, es el canto alegre de las pescadoras de nuestra tierra!...
La  rueda  incansable  de  la  vida,  siguió  en  su  girar  vertiginoso.
Josefín, llegó a morir para la Habana y en su lugar quedó, D. José
López  Argüelles.  ¡Poder  del  dinero!  La  "Casona"  fué  transformada, ampliada  y  ocupaba  toda  una  cuadra.  De  la  primitiva  Bodega, transformóse  en  el  mayor  Almacén  de  la  Habana.  Pero  su  dueño seguía como en los primeros años, cuando luchaba por lograr una fortuna, esclavo total de su trabajo, esclavo total de su avaricia, que pedía más y más.
Pero  hete  aquí,  que  una  desdichada  tarde  del  mes  de  marzo, patrullas  de  criollos,  de  descamisados,  de  algún  que  otro  militar, iniciaron una gran algarabía en la calle. Los vivas y mueras a Zaya y Machado,  mezcláronse  con  tiroteos  intermitentes.  Sobre  el pavimento, no tardaron en aparecer los primeros muertos. De siempre es sabido que, la sangre pide más sangre y es el mayor acicate de  los  combates.  Un  orador  improvisado,  pidió  la  destrucción  de todos los patronos. ¡Vivan los parias!
-Resonó un grito continuo.
Fué  la  consigna.  En  alud  incontenible,  aquellos revolucionarios asaltaron las tiendas, prendiendo fuego a algunas.
Panchito llegó nervioso y fuera dé sí a D. José.
-¡Mi amo, huya! ¡La Levolución! ¡Piden muelte patlones! iMalche
mi amo! ¡Yo quedal aquí y molil pol mí tienda!
Pero fué tarde. Un centenar de hombres armados, entremezcla-dos  con  mujerucas  que  debían  bastante  dineto  al  gran  Almacén, arremetieron contra las lunas, haciéndolas añicos. Otros, entraron y robaban  o  destrozaban  con  la  mayor  osadía.  Josefín,  arremetió contra los asaltantes. Entonces, un culatazo le abrió una brecha en la cabeza. Inerte  en el suelo, fué pisoteado por un negrazo, hasta romperle la columna vertebral,
-¡Cochino blanco. Neglelo. Climinal!
Panchito  llegóse  a  su  mano  presto  a  defenderlo.  El  negrazo azuzado por las mujeres, decíale.
-Toma tú helmano. Lemátalo. Este ela quién te tilanizaba.
Panchito, tomó a su amo en brazos y lanzóse a correr entre la turba. A grandes voces, entre lágrimas y lamentos, exclamaba:
-A mi amo no mal. Yo no esclavo de mi patlón. Yo hijo...
Jadeante, agotado, llevóle al Hospital, donde la calma, en virtud de  un  elemental  principio  de  caridad.  prevalecía.  Allí,  le  dejó  a merced de los médicos.
Cuando  Panchito  volvió  a  los  almacenes,  hallóse  con  sólo  las paredes en pie. Todo había desaparecido.
¡Josefín!  ¡D.  José!  El  rico  propietario  del  Prado,  había  quedado arruinado en unas horas, víctima de la misma vida, exasperada en una  revolución!  ¿En  qué  quedó  todo  su  sacrificio,  privaciones, renunciación a cuerpo y alma? A nada. A la más negra pobreza. Todo su esfuerzo quedó compendiado, en dos hernias de sus comienzos y en la columna vertebral rota, cuando la opulencia le sonreía.
Luchó entre la vida y la muerte largos días. A su lado D. Manolito, era  el  consuelo  y  la  esperanza.  Cuando  pudo  hablar,  Josefín reconocido, díjole:
-Eres mi hermano, Manolito. Así haría Monzón conmigo. Llevamos el alma de Asturias dentro y en los momentos de infortunio, somos un sólo sufrimiento.
-Somos  Josefín,  desertores  de  aquel  paraíso;  reos  del  mismo pecado,  justo  es  que  unidos  llevemos  la  misma  penitencia.-Seriamente replicó el viajante.
-Y tú, ¿saliste indemne de la revolución? -Inquirió Josefín.
Ante  cuya  pregunta,  el  buen  humor  e  intranscendencia  ante  la vida, revivió en Manolito, que jovialmente repuso.
-Naturalmente. Otra vez supe sortear y vencer a la vida. ¿No te he  dicho  siempre,  que  en  esto  estaba  el  secreto?  Pues  mira,  me cogió  la  iniciación  del Movimiento,  en  Murallas.  Allí,  predominaban los Zayistas y yo grité a todo pulmón: ¡Viva Zayai Más tarde, en la parte Nueva, me hallé encerrado por el triunfo de los Machadistas y con más fuerzas aún, exclamé: ¡Viva Machado! Una vez renacida la calma,  atravesé  todas  las  calles  de  la  Habana  gritando,  a  pleno pulmón, ¡Viva la Pepa!
La robusta naturaleza de Josefín, sobrepudo con la enfermedad.
En  unos  meses  recuperóse  valientemente,  y  no  tardó  en  pasear entre  dos  muletas  por  los  grandes  jardines  del  Hospital.  Sin embargo,  de  la  arrogancia,  y  hombría  del  primitivo  hombre,  no quedaba más que un guiñapo. Después de tanto dolor e infortunio, el tronco se inclinó, el cabello blanqueó totalmente y aquellos ojos de mirar vivo, eran la imagen amarga de la desilusión. Una nostalgia grandísima,  aproximaba  la  lejana  tierra  de  Asturias,  hasta  tenerla casi a su lado; ¡Poderoso influjo del dolor! ¡El dolor más que el amor, une  a  los  seres  que  se  quieren!  ¡Asturias!  ¡Asturias!  ¡Cuán duramente  pago  el  crimen  de  haberte  abandonado!  ¡Enviaste  a  la Habana a un hombre y ahora cuando vaya, recibirás a un ser muerto e inservible!...
Fué a Manolito, en una tarde de paseo, a quien hizo la confesión.
Ayudóle aquél solícito, a sentarse sobre un banco de madera y entre lágrimas de amargura, le dijo Josefín:

-Toda mi vida ha sido deshecha. Ahora, aquí no soy nadie más que uno de tantos desgraciados, que vienen con ilusión y sueños de riqueza  a  la América y se encuentran con dolores y desengaños.
Luché incansablemente, tú lo sabes. Perdí mi condición de humano y me hice duro y malo. Malo hasta para mi alma. Enriquecí. ¿Pero es algo  la  riqueza,  si  al  primer  soplo  de  aire,  vuela  como  cosa inconsistente? Manolito y ¿ahora qué? Volver a Asturias a pedir a mi hermano  la  caridad,  de  que  cuide  a  este  ser  impotente,  pobre, miserable y lleno de desengaños. ¡A pedir caridad a mi hermano!
-No, Josefín. -Con entereza interrumpía aquél. Quién fué capaz en años de juventud a renunciar a todo lo bello de la vida, tiene que ser capaz a recuperarse.
-¡Recuperarse!  ¿Cómo,  si  no  tengo  ni  fuerzas  musculares,  ni impulso del espíritu? ¿Cómo, si pobre, nada puedo emprender?
-Pero tienes -de nuevo hablaba aquél -algo que vale más que el dinero.  Tienes  aquí  a  un  amigo  de  verdad.  Manolito  el  borrachín.
Manolito, es persona de corazón. Gozo de la confianza de las mejores casas de la Isla y yo me encargo de ponerte la "Casona" tan repleta, como  cuando  pagabas  con  dinero  contante...  Tu  garantía,  tu honradez, vale más que todo el dinero. No desfallezcas. ¿Qué tenías cuando llegaste?
-¡Juventud! Repuso aquél.
-Y  ahora  experiencia  y  camino  abierto.  No  hay  que  entregarse jamás. La vida pasa. Pero hay dos cosas inmutables. El cielo en lo alto y la voluntad del hombre en la tierra. Adelante Josefín.
-¡No me creo con fuerzas! Tristemente comentó aquél.
-Es preciso. Para cuando sanes, ya tu "Casona" estará repleta. Te lo dice Manolito. A Asturias no irás a pedir caridad. Irás a entregar tu vida a la tierra donde has nacido, con la alegría del luchador que no ha sucumbido en el camino.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)