En cierto reino, en cierto estado,
vivían un zar y una zarina que no tenían hijos. Rogaron a
Dios que les concediera uno para deleite en la juventud y para ayuda en la
vejez. Terminadas sus oraciones, se acostaron y quedaron profundamente
dormidos.
Mientras dormían, soñaron que cerca
del palacio había un estanque apacible donde vivía un acerino con púas de oro.
Si la zarina se lo comía, en seguida
concebiría. En cuanto se despertaron hicieron venir a las ayas y las niñeras
para contarles el sueño. Las ayas y las niñeras opinaron que lo soñado podía
ocurrir en realidad.
El zar convocó a los pescadores y les ordenó que capturasen al acerino
de las púas de oro. Los pescadores fueron al amanecer al estanque apacible,
lanzaron las redes y, por fortuna, a la primera capturaron al acerino de las
púas de oro. Lo sacaron y lo llevaron al palacio. Nada más verlo, la zarina no pudo contenerse: corrió a los
pescadores, les estrechó las manos, los recompensó con largueza... Luego hizo
venir a su cocinera preferida para entregarle ella misma el acerino de las
púas de oro.
-Prepáralo paraa la comida -le
dijo, y cuida de que nadie lo toque.
La cocinera limpió el acerino lo
guisó y dejó en el patio el agua de lavarlo. Una vaca que andaba por el patio
se bebió el agua. La zarina se comió
el pescado, y la cocinera rebañó el plato. A renglón seguido quedaron preñadas
la zarina, su cocinera preferida y la
vaca, y las tres parieron por la misma época, cada una un hijo: la zarina le dio a luz a Iván-zarévich, la
cocinera a Iván-cocina y la vaca a Iván-bovino.
Los tres chicos crecían a ojos
vistas: igual que la masa sube con la levadura así se estiraban ellos. Los tres
eran mozos apuestos y tan parecidos que no era posible distinguir cuál de ellos
era el hijo del zar, de la cocinera o
de la vaca. Sólo se diferenciaban en que, cuando volvían de pasear,
Iván-zarévich pedía que le cambiaran la ropa, Iván-cocina buscaba la ocasión de
comer algo e Iván-bovino se tumbaba en seguida a descansar.
Iban por los diez años, cuando se
presentaron al zar y le dijeron
-Querido bátiushka: haznos un bastón de hierro de cincuenta puds.
El zar ordenó a los herreros que fabricaran un bastón de hierro de
cincuenta puds, ellos pusieron manos
a la obra y en una semana lo forjaron. Nadie era capaz de levantarlo siquiera
por un extremo, pero Iván-zarévich, Iván-cocina e Iván-bovino jugueteaban con
él como si fuera una pluma de oca.
Salieron al espacioso patio del
palacio.
-Vamos a probar nuestras fuerzas,
hermanos -dijo Iván-zarévich, para ver a cuál de nosotros debemos considerar
el mayor.
-Está bien -aceptó Iván-bovino-.
Agarra tú el bastón y péganos en los hombros con él.
Iván-zarévich agarró el bastón de
hierro, pegó con él a Iván-cocina y a Iván-bovino en los hombros, y a los dos
los hundió hasta las rodillas en la tierra. Cuando Iván-cocina golpeó a
Iván-zarévich y a Iván-bovino, los hundió en la tierra hasta el pecho. Pero,
cuando le tocó golpear a Iván-bovino, hundió a sus hermanos hasta el cuello en
la tierra.
-Hagamos otra prueba de fuerza
-propuso Iván-zarévich: vamos a lanzar el bastón de hierro al aire. El que más
alto lo lance, ése será considerado el mayor.
-Bueno, pues lánzalo tú.
Así lo hizo Iván-zarévich, y el
bastón no cayó hasta un cuarto de hora después. Cuando lo lanzó Iván-cocina,
tardó media hora en caer. Finalmente lo lanzó Iván-bovino, y no volvió hasta
una hora después.
-Está bien, Iván-bovino: tú serás
el hermano mayor.
Luego fueron a pasear por el jardín
y encontraron una piedra enorme.
-¿Qué piedra tan grande! ¿Se podrá
mover? -exclamó Iván-zarévich, y quiso empujarla con las manos, pero no tuvo
fuerzas suficientes por mucho que se afanó.
Probó Iván-cocina, y la piedra se
movió un poco.
-¡Qué blandengues! -les dijo
Iván-bovino. Dejadme que pruebe yo.
Se acercó y le pegó tal puntapié
que la piedra retumbó y rodó hasta el otro extremo del jardín, rompiendo muchos
árboles a su paso. En el sitio donde estuvo la piedra apareció un subterráneo,
y en el subterráneo había tres caballos gigantescos y, colgados de las paredes,
arneses de guerra... ¿Qué más podían desear unos jóvenes apuestos? Corrieron en
seguida a ver al zar y le suplicaron:
-Soberano nuestro, bátiushka: danos tu bendición para marcharnos
a tierras extrañas a ver gente y a que nos vean a nosotros.
El zar les dio su bendición, así como dinero para el viaje. Ellos se
des-pidieron, montaron en sus caballos gigantescos y emprendieron la marcha.
Anduvieron por valles, por montañas
y por prados verdes hasta llegar a un bosque virgen donde había una casita con
patas de gallina y cuernos de carnero que, cuando hacía falta, giraba sobre sí
misma.
-Casa, casita -dijeron: vuélvete
de cara a nosotros y de espaldas al bosque. Queremos entrar para comer algo.
La casita giró, los tres mozos
entraron, y allí estaba la bruja Yagá, tendida en el rellano de la estufa, con
la pata de hueso que iba desde una esquina a la otra y la nariz pegando en el
techo.
-Fff, fff, fff... Nunca se había
olido ni se había visto nada ruso, y ahora vienen ellos a sentarse en la
cuchara y a meterse en la boca.
-Oye, vieja, no gruñas. Baja de la
estufa, siéntate en un banco, pregunta a dónde vamos, y yo te lo diré todo.
La bruja Yagá bajó de la estufa,
llegó hasta Iván y le hizo un profundo saludo.
-Hola, bátiushka Iván-bovino. ¿A dónde vas? ¿Qué camino sigues?
-Pues vamos al río Grosella,
abuela, al puente frambuesa, porque nos han dicho que por allí hay bastantes
monstruos.
-¡Muy bien, Iván! Harás una buena
obra. Esos canallas han hecho prisioneros a todos, han arruinado a toda la
gente, han asolado los reinos vecinos.
Los hermanos pasaron la noche en
casa de la bruja Yagá. Por la mañana se levantaron muy temprano y se pusieron
en camino. Llegaron al río Grosella. Las orillas estaban cubiertas de huesos humanos.
Había tantos, que se hundían en ellos hasta las rodillas. Vieron una casita,
entraron y, como la encontraron vacía y ya estaba anocheciendo, decidieron
quedarse allí.
-Hermanos -dijo Iván-bovino: nos
hallamos en un país lejano y extraño, conque debemos ser prudentes. Montaremos
guardia por turno.
Echaron a suertes, y la primera
noche le tocó hacer guardia a Iván-zarévich, la segunda a Iván-cocina y la
tercera a Iván-bovino.
Iván-zarévich fue a hacer su
guardia, se metió entre unos matorrales y se quedó profundamente dormido. Como
Iván-bovino no se fiaba mucho de él, a medianoche se levantó, tomó su escudo y
su espada, salió y fue a meterse debajo del puente de frambuesa. De pronto se
agitaron las aguas del río, gritaron las águilas sobre los robles y apareció un
monstruo de seis cabezas. El caballo que montaba tropezó, el cuervo negro que
llevaba sobre el hom
bro agitó las plumas, y al perro que le seguía se le erizó el pelo.
-¿Por qué tropiezas, carne de
perro? ¿Por qué os agitáis, plumas de cuervo? ¿Por qué te erizas, pelo de can?
¿Os habéis creído que Iván-bovino está aquí? Ese valiente no ha nacido todavía.
Y, si ha nacido, no sirve para pelear: yo lo cogeré con una mano, pegaré con
la otra encima y no quedará más que un charquito.
-¡No presumas, bicho inmundo!
-gritó Iván-bovino saliendo de pronto. No se le arrancan las plumas al halcón
antes de cazarle ni se desprecia a un valiente antes de probar su fuerza.
Mejor será que midamos las nuestras, y el que venza podrá jactarse.
Se emplazaron, avanzaron, y la
acometida fue tan fuerte que la tierra retumbó alrededor. El monstruo tuvo mala
suerte porque Iván-bovino le cortó tres cabezas de un golpe.
-Espera, Iván-bovino: dame un poco
de tregua.
-¿Tregua? ¡Pero si tú tienes tres
cabezas, bicho inmundo, y yo solamente una! Haremos una tregua cuando a ti te
quede también una sola.
De nuevo avanzaron, de nuevo se
acometieron. Iván-bovino le cortó al monstruo las cabezas que le quedaban,
agarró el cuerpo, lo hizo pedacitos y los arrojó al río. Las seis cabezas, las
metió debajo del puente. Luego, volvió a la casita. Por la mañana llegó
Iván-zarévich.
-¿Has visto algo?
-No, hermanos. Por delante de mí no
ha pasado ni una mosca.
A la noche siguiente fue a montar
su guardia Iván-cocina. Se metió entre unos matorrales y se quedó dormido.
Iván-bovino tampoco confiaba mucho en él. A medianoche se equipó, agarró el
escudo y la espada, salió y se metió debajo del puente de frambuesa. De pronto
se agitaron las aguas del río, gritaron las águilas sobre los robles y apareció
un monstruo de nueve cabezas. El caballo que montaba tropezó, el cuervo negro
que llevaba sobre el hombro agitó las plumas, y al perro que le seguía se le
erizó el pelo. El monstruo atizó al caballo en los flancos, al cuervo en las
plumas y al perro en las orejas.
-¿Por qué tropiezas, carne de
perro? ¿Por qué os agitáis, plumas de cuervo? ¿Por qué te erizas, pelo de can?
¿Os habéis creído que Iván-bovino está aqui? Ese valiente no ha nacido todavía.
Y, si ha nacido, no sirve para pelear: yo puedo aplastarle con un dedo.
-¡No presumas todavía! -gritó
Iván-bovino saliendo de pronto. Ruega a Dios primero, lávate las manos antes
de empezar, y ya veremos quién gana.
Iván-bovino empuñó luego su recia
espada afilada y, ¡zas, zas!, de un mandoble le cortó seis cabezas al monstruo.
Luego le descargó un golpe que le hizo hundirse en la tierra hasta las
rodillas. Iván-bovino lanzó un puñado de tierra a los ojos de su enemigo y,
mientras el monstruo se restregaba los ojos, le cortó las otras cabezas. Luego
agarró el cuerpo y lo hizo pedacitos, que arrojó al río, y metió las nueve
cabezas debajo del puente. Por la mañana llegó Iván-cocina.
-¿Has visto algo esta noche?
-No. Por allí no ha pasado una
mosca ni se ha oído a un mosquito.
Iván-bovino condujo a sus hermanos
hasta el puente, les mostró las cabezas cortadas y les reprochó:
-¡Valientes dormilones! ¿Y vosotros
queréis pelear? En casa y al amor de la estufa es donde debíais estar.
A la tercera noche, Iván-bovino se
dispuso a montar su guardia. Colgó una toalla blanca de la pared, colocó
debajo una fuente en el suelo y les dijo a sus hermanos:
-Voy a entablar una lucha terrible.
Conque vosotros, hermanos míos, no durmáis en toda la noche y estad atentos
cuando fluya sangre de esta toalla: si la fuente se llena hasta la mitad, la
cosa va bien; si se llena hasta arriba, todavía no va mal; pero en cuanto
rebose, soltad a mi caballo y corred también vosotros en mi ayuda.
Estaba Iván-bovino debajo del
puente cuando, a medianoche, se agitaron las aguas del río, gritaron las
águilas sobre los robles y apareció un monstruo de doce cabezas montado en un
caballo de doce alas con el pelo de plata y el rabo y las crines de oro. Conforme
avanzaba el monstruo, su caballo tropezó, el cuervo negro que llevaba sobre un
hombro agitó las plumas, y al perro que le seguía se le erizó el pelo. El
monstruo atizó al caballo en los flancos, al cuervo en las plumas y al perro
en las orejas.
-¿Por qué tropiezas, carne de
perro. ¿Por qué os agitáis, plumas de cuervo? ¿Por qué te erizas, pelo de can?
¿Os habéis creído que Iván-bovino está aquí? Ese valiente no ha nacido todavía.
Y, si ha nacido, no sirve para pelear. A mí me basta con soplar para reducirlo
a cenizas.
-Espera. Antes de presumir, encomiéndate
a Dios -gritó Iván-bovino saliendo de pronto.
-¡Ah! ¿Estás aquí? ¿A qué has
venido?
-A mirarte, bicho inmundo, y a
probar tus fuerzas.
-¿Probar mis fuerzas tú? ¡Pero si
eres una mosca comparado conmigo!
-Yo no he venido aquí a contar
cuentos -replicó Iván-bovino-, sino a luchar a vida o muerte.
Enarboló su espada tajante y le
cortó tres cabezas al monstruo. El monstruo las recogió, les hizo una señal con
su dedo de fuego, y las cabezas volvieron a sus sitios como si nunca se
hubieran desprendido. Iván-bovino se vio en un apuro. El monstruo iba venciéndole:
le había hundido hasta las rodillas en la tierra húmeda.
-¡Espera, bicho inmundo! Hasta los
reyes y los zares se conceden treguas cuando pelean. ¿No vamos a hacer
nosotros igual? Concédeme por lo menos tres treguas.
El monstruo accedió. Iván-bovino se
quitó la manopla de la mano derecha y la lanzó contra la casa. La manopla
rompió todos los cristales, pero sus hermanos continuaron durmiendo, sin
enterarse de nada.
Iván-bovino pegó un tajo más fuerte
todavía que el primero y le cortó seis cabezas al monstruo. Pero el monstruo
las recogió, les hizo una señal con su dedo de fuego, y todas las cabezas
volvieron a sus sitios. A Iván-bovino le había hundido ya hasta la cintura en
la tierra húmeda. El bogatir pidió una tregua, se quitó la manopla de la mano
izquierda y la lanzó contra la casa. La manopla atravesó el tejado, pero sus
hermanos continuaron durmiendo, sin enterarse de nada.
Por tercera vez enarboló su espada
con mayor fuerza aún, y le cortó nueve cabezas al monstruo. Pero el monstruo
las recogió, les hizo una señal con su dedo de fuego, y las cabezas volvieron a
prender. A Iván-bovino le había hundido ya en la tierra húmeda hasta los mismos
hombros. Iván-bovino pidió una tregua, se quitó el gorro y lo lanzó contra la
casa. Esta vez la casa se desbarató de golpe, y los troncos salieron cada uno
por su lado.
Sólo entonces se despertaron los
hermanos. Entonces vieron que la sangre rebosaba de la fuente y que el caballo
relinchaba, furioso, tratando de romper la cadena que le retenía. Corrieron a
la cuadra, soltaron el caballo y también ellos se lanzaron en ayuda de su
hermano.
-¡Ah! Conque me has engañado, ¿eh?
Tienes ayuda.
El buen caballo llegó a la carrera
y se puso a golpear al monstruo con sus cascos. Mientras, Iván-bovino salió de
la tierra y, con mucha habilidad, le cortó al monstruo el dedo de fuego. Luego
empezó a cortarle las cabezas, una tras otra, hasta la última y, finalmente,
descuartizó el cuerpo en pedacitos, que arrojó al río. En esto, llegaron sus
hermanos.
-¡Valientes dormilones! -les
reprochó Iván-bovino. Por haberos dormido he estado a punto de perder la
cabeza.
Por la mañana, muy temprano,
Iván-bovino salió al campo, pegó contra la tierra, se convirtió en un gorrión y
fue volando hasta un palacio blanco. Allí se posó en una ventanita que estaba
abierta. La vieja bruja que vivía allí le echó unos granos de comida diciendo:
-¡Ay, gorrioncito! Has venido a
comer estos granos y a escuchar mis penas. Ese Iván-bovino se ha burlado de mí
y a todos mis yernos los ha matado.
-No te aflijas, mátushka. Nosotros nos vengaremos de él
-dijeron las mujeres de los monstruos.
-Yo -dijo la menor- haré que tengan
mucha hambre. Luego saldré al camino y me convertiré en un manzano con frutos
de plata y de oro. Pero el que arranque una de esas manzanas, reventará
inmediatamente.
-Pues yo -dijo la mediana- haré que
sientan mucha sed y me convertiré en pozo. Sobre el pozo estarán flotando dos
cazos: uno de plata y otro de oro. Al que agarre uno de los cazos, lo ahogaré.
-Pues yo -dijo la mayor- haré que
sientan mucho sueño y me convertiré en cama de oro: el que se acueste en ella
morirá entre llamas.
Después de escucharlo todo,
Iván-bovino se alejó volando, pegó contra la tierra y recobró su forma. Los
hermanos se dispusieron a regresar a su casa. Por el camino empezaron a sentir
un hambre terrible, pero no tenían comida. En esto, vieron un manzano con
frutos de oro y de plata. Iván-zarévich e Iván-cocina quisieron arrancar
alguno, pero Iván-bovino se les adelantó y empezó a pegar tajos y mandobles
que hicieron brotar mucha sangre del manzano. Luego hizo lo mismo con el pozo y
con la cama. Así perecieron las mujeres de los monstruos.
La vieja bruja, al enterarse, salió
al camino vestida de pordiosera y con un zurrón a la espalda. Cuando
Iván-bovino y sus hermanos llegaron donde estaba, adelantó la mano pidiendo
una limosna.
Iván-zarévich le dijo a
Iván-bovino:
-Nuestro padre tiene mucho dinero
en sus arcas, hermano. Bien puedes darle una bendita limosna a esta pobre.
Iván-bovino sacó una moneda de oro
de su escarcela y se la tendió a la vieja; pero ella no agarró la moneda, sino
que agarró su mano, y al instante desapareció con él. Los hermanos miraron a su
alrededor: ya no estaban ni la vieja ni tampoco Iván-bovino. Del susto,
partieron al galope hacia su casa con el rabo entre las piernas.
Mientras, la bruja había hecho
descender a Iván-bovino bajo tierra para conducirle ante su marido, que era un
viejo viejísimo.
-Aquí tienes el causante de nuestra
desdicha -dijo la bruja al llegar.
El viejo estaba acostado sobre una
cama de hierro y no veía nada por unas largas pestañas y unas cejas muy tupidas
que le tapaban totalmente los ojos. Llamó a doce bogatires y les ordenó:
-Coged horquillas de hierro y
levantad mis cejas y mis pestañas negras para que yo pueda ver qué pajarraco
es el que ha matado a mis hijos.
Los bogatires le levantaron las
cejas y las pestañas con horquillas. El viejo le miró:
-¡Vaya con Iván! -dijo. ¿Eres tú
quien se ha atrevido con mis hijos? Y ahora, ¿qué hago yo contigo?
-Tú mandas y puedes hacer lo que
quieras. Yo estoy dispuesto a todo.
-Por mucho que hablemos, mis hijos
no van a resucitar. Conque más vale que me hagas un servicio: vas a ir al
reino nunca visto y al país nunca existente y me traerás a la zarina de los
bucles de oro porque quiero casarme con ella.
«¿Dónde vas tú a casarte, viejo
demonio? -pensó Iván-bovino para sus adentros. Si lo dijera yo, que soy
joven...»
En cuanto a la vieja, se puso tan furiosa
que se tiró al agua con una piedra al cuello y se ahogó.
-Toma esta estaca, Iván -dijo el
viejo. Llégate hasta tal roble, pégale tres veces con la estaca diciendo:
«¡Que salga un barco!, ¡que salga un barco!, ¡que salga un barco!» En cuanto
haya salido el barco, le ordenas tres veces al roble que se cierre. ¡Que no se
te olvide! Si no lo haces, me causarás un gran quebranto.
Iván-bovino llegó hasta el roble,
pegó en él un número infinito de veces y ordenó:
-¡Que salga todo lo que hay dentro!
Salió el primer barco, Iván-bovino
se montó en él y ordenó:
-¡Seguidme todos! -y se puso en
marcha.
Cuando se alejaron un poco volvió
la cabeza y vio una cantidad incalculable de barcos y lanchas. Y todo el mundo
le elogiaba y le daba las gracias.
Se acercó un viejecillo en una
barca:
-Que tengas muchos años de vida,
bátiushka Iván-bovino. Quisiera que me llevaras contigo.
-¿Qué sabes hacer?
-Sé comer pan, bátiushka.
-¡Hombre! Eso también sé hacerlo
yo. Pero no importa, sube porque un buen compañero siempre es bienvenido. Se
acercó otro viejecillo en otra barca:
-¡Hola, Iván-bovino! Llévame
contigo.
-Y tú, ¿qué sabes hacer?
-Sé beber vodka y cerveza, bátiushka.
-¡Valiente cosa! Bueno, sube al
barco.
Se acercó un viejecillo más:
-¡Hola, Iván-bovino. Llévame a mí
también.
-¿Qué sabes hacer, di?
-Pues yo, bátiushka, sé tomar baños de vapor.
-¡El demonio que te lleve! ¡Vaya
con los sabios!
También le dejó subir a su nave,
cuando se acercó una barca más y el cuarto viejecillo dijo:
-Que tengas muchos años de vida,
Iván-bovino. Quisiera que me llevaras de compañero.
-¿Tú qué eres?
-Soy astrólogo, bátiushka.
-Bueno, de eso, por lo menos, yo no
entiendo. Serás mi compañero.
Hizo subir al cuarto, y ya le
requería otro más.
-¡Demonios! ¿Pero qué voy a hacer
con vosotros? A ver, explica lo que sabes hacer.
-Yo, bátiushka, sé nadar como los acerinos.
-Bueno, sube.
De esta manera partieron en busca
de la zarina de los bucles de oro.
Llegaron al reino nunca visto, al estado nunca existente, pero allí estaban
enterados ya desde hacía mucho tiempo de que iba a llegar Iván-bovino y
llevaban tres meses enteros cociendo pan, destilando vodka, fabricando
cerveza... Iván-bovino se quedó todo asombrado al ver un número incalculable
de carros de pan y otros tantos de barriles de vodka y de cerveza.
-¿Qué es todo esto? -preguntó.
-Lo que hemos preparado para ti.
-¡Demonios! ¡Yo no soy capaz de
comerme y beberme todo esto ni en un año!
En esto se acordó de sus
compañeros, y llamó:
-¡Eh! ¿Dónde están esos bravos
vejetes que saben comer y beber?
-Aquí estamos -contestaron Tragapán
y Tragavino. Para nosotros esto es un juego de niños.
-Pues ya podéis empezar.
Se aproximó uno de los viejos y se
puso a engullir pan, pero no por hogazas, sino a carretadas. Cuando se lo comió
todo, empezó a gritar:
-Esto es poco. Que traigan más pan.
En seguida vino el otro viejecito y
se puso a beber hasta que agotó la bebida y se tragó los barriles.
-Esto es poco -gritó luego-. Que
traigan más.
Muy inquietos, los servidores
corrieron a informar a la zarina de que no había habido bastante pan ni bebida.
La zarina de los bucles de oro dijo que llevaran a Iván-bovino al
baño. Aquel baño habían estado calentándolo durante tres meses, de manera que
ni a cinco verstas podía nadie aproximarse a él. Cuando invitaron a Iván-bovino
a tomar un baño y él vio que aquello era un horno, se negó.
-¿Estáis locos? Yo ahí dentro me
achicharro...
Pero de nuevo se acordó de sus
compañeros.
-¡Eh! -gritó-. ¿Cuál es el bravo
vejete que sabe tomar ba
ños de vapor?
Llegó corriendo el viejecillo:
-Yo, bátiushka. Esto es un juego de niños para mí.
En seguida entró en el baño, sopló
en un rincón, escupió en otro y el baño se enfrió hasta el punto de que se
formó nieve por los rincones.
-¡Que me hielo! -se puso a gritar
el viejo con todas sus fuerzas. Este baño hay que calentarlo tres años más.
Los servidores corrieron a informar
de que el baño se había quedado helado. Iván-bovino pidió entonces que le
entregaran a la zarina de los bucles
de oro. Ella misma salió, le ofreció su blanca mano, subió al barco y se
marchó con él.
Iban navegando un día, y otro,
cuando la zarina se sintió triste y an-gustiada. Se dio un golpe en el pecho y
subió al cielo convertida en estrella.
-Ahora la hemos perdido para
siempre -dijo Iván-bovino, pero luego se acordó de sus compañeros: ¡Eh, bravos
vejetes! ¿Cuál de vosotros es el astrólogo?
-Yo, bátiushka. Para mí es un juego de niños.
El que había contestado se pegó
contra el suelo, convirtiéndose en estrella. Subió al cielo, se puso a contar
las estrellas, vio que había una de más y fue empujando, hasta que la estrella
se desprendió, rodó muy deprisa por el cielo y cayó sobre la nave donde se
convirtió otra vez en la zarina de los bucles de oro.
De nuevo navegaron un día, y otro,
y de nuevo se sintió muy triste la zarina.
Se pegó un golpe en el pecho, convirtiéndose en lucio, y se fue nadando por el
mar.
-Esta vez sí que está perdida -dijo
Iván-bovino, pero se acordó del último viejecillo y le preguntó: ¿No eres tú
quien sabe nadar como un acerino?
-Sí, bátiushka. Para mí es un juego de niños.
Pegó contra el suelo, se convirtió
en acerino y se lanzó al mar detrás del lucio, pinchándole los costados con sus
agujas. El lucio volvió de un salto al barco, convirtiéndose otra vez en
lazarino de los bucles de oro. Los viejecillos se despidieron entonces de Iván-bovino
y cada cual se marchó a su casa mientras él volvía donde estaba el padre de los
monstruos.
Cuando se presentó con la zarina, el viejo ordenó a los doce bogatires que le levantaran las pestañas
y las cejas negras con horquillas de hierro. Miró a la zarina y dijo:
-Bien, Iván. ¡Muy bien! Ahora te
perdono y te dejo que vuelvas al mundo.
-No, no. Espera -contestó
Iván-bovino. Lo he dicho sin pensar.
-¿Qué pasa?
-Yo tengo preparado un foso con una
caña tendida encima. El que pase por la caña se quedará con la zarina. -Está
bien, Iván. Anda tú primero.
Iván-bovino echó a andar por la
caña mientras la zarina de los bucles de oro murmuraba como un conjuro:
-Pasa tan ligero como una pluma de
cisne.
Pasó Iván-bovino sin que la caña se
doblara. Luego probó el viejo, pero la caña se partió cuando estaba a mitad de
camino, y se cayó al foso.
Iván-bovino volvió a su casa con la
zarina de los bucles de oro y pronto se casaron, celebrando un gran banquete.
Sentada a la mesa, Iván-bovino les decía a sus hermanos, muy satisfecho:
-Cierto que he peleado mucho
tiempo, pero ahora tengo una joven esposa. A vosotros, en cambio, sólo os queda
tumbaros en el rellano de la estufa y comer ladrillos.
En aquel festín, yo estuve también.
Bebí vino y bebí hidromiel. A chorros me corrió por el bigote, pero no me entró
ni gota en el gañote. Me agasajaron a más y mejor. Al buey le quitaron la artesa,
que luego llenaron de leche, y me dieron una rosca para que hiciera sopas. Sin
comer y sin beber, cuando me quise marchar me empezaron a pegar. Entonces me
puse el bonete y me echaron cogido por el cogote.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)