Translate

miércoles, 19 de junio de 2013

¿Yo pequé?

El alma asturiana, no es el espíritu burlón que ríe entre carcajadas banales.  Por  el  contrario,  es  el  ente  magnífico  que,  vive  hasta  el frenesí,  el  drama  y  tal  vez  tragedia,  de  quien  ha  nacido,  fiel  a  la maldición bíblica, para vivir con el sudor de la frente, cara a cara a la vida,  llena  de  sinsabores,  luchas  y  sacrificios;  pero,  sin  una renunciación al espíritu que dicta la corrección del yerro, del "mea culpa".
Por eso...
Arrastrándose sobre un camino pedregoso, marchaba lentamente y arrodillada, una mujer. Gruesas gotas de sudor, sucio de polvo y lágrimas, dibujaban en su rostro, bellamente joven, el cruel estigma del sufrimiento.
Era al fílo de la medianoche.  ¡Hora magnífica, lo mismo de cuentos de hadas, que de fantasmas de Shakespeare! Un  rayo de luna,  atravesó  luminoso  las  ramas  entrelazadas  de  los  múltiples árboles de la floresta, para ir a nimbar misericordiosamente, el rostro de  aquella  incógnita  mujer  que,  fantasmagóricamente  -luces  de estrellas  y  de  ojos  negros-  gemía  monte  adelante  en  pos  de  una meta, final del sacrificio.
Diríase, que en medio de la inmensidad sobrecogedora de la noche, marchaba sola; no obstante, el leve quejido de una criatura, delató la existencia de otra vida,
-¡Calla, calla, hija mía! ¡Los "remedios" aún esán a una legua...!
¡Magnífica luna, que tantas cosas sabes de santos y de locos! Mas ingrata,  se  ocultó  tras  una  nube  plúmbea  que,  honrada  hasta  la exageración, quiso vestir con las gases del pudor, la verdad de quien todo lo hace con el púdico desnudo de la sinceridad. Y al ocultarse la Luna,  reina  luminosa  del  firmamento,  cubrió  de  sombras,  la  hora precisa de aquel instante.
Aquella sombra silente -dos en una vida- hallábase en la falda de la  loma  Cortina,  adivinándose  el  frente,  el  Monte  Areo,  que, difuminaba  -no  ocultaba,  -con  el  negro  tul  de  la  noche,  el  orgullo perenne de haber sido Calzada romana, por donde la vanidad de los Césares, habían desafiado en sus carros de combate, el poderío del mundo entero.
Después vino el alba.  Era un amanecer placido de Setiembre.
Sobre la cumbre del noble monte Aleo, la aurora rosada y alegre, besó la maravilla inconfundible del Valle de Carreño. Los gallos vocingleros,  anunciaban  presuntuosos  la  gloria  del  amanecer, mientras las campanas del Templo campesino, conmovían a la aldea con  el  feliz  anuncio  de  que  Dios  estaba  y  concedía  más  vida.
¡Maravilloso  despertar  de  un  poblado,  cuando  los  mirlos  peinan coquetuelos  las  alas,  bruñendo  su  pico  dorado  en  la  suavidad aterciopelada de las hojas de abedul! Sobre la aldea, flota el aroma de pan tierno en la masera y los campesinos madrugadores acarician sus reses,  mansas  en  el  establo.  Contemplaba  el  monte  Arco, tendido a la rosa de todos los vientos, la policromía inimitable del concejo de Carreño, con sus árboles próceres, su veaas ubérrimas, sus ríos de aguas purísimas y plácido discurrir, cantando de continuo la  endecha  de  fecundidad,  pródigamente  ofrecida  a  estas paradisíacas tierras carreñenses.
¡No en vano dicen que Murillo, saturó en esta Comarca de colores sus  pinceles,  y  que,  Salcillo,  copió,  en  la  fecundidad  de  sus creaciones, el modelo que Dios aquí había ocultado!
Llegaron las horas tempranas del día. Tal una oración de gracias, quizá  grito  de  júbilo  o  campanil  repique  de  gloria,  estremeció  al Valle, el dulce son de una gaita. ¡Toque de alborada en día de fiesta!
¡Gloria de la tradición inveterada, en la adoración al Santo!
Entonces  los  viejos,  tan  llenos  de  años,  como  de  achaques  y nostalgias, saltan del lecho al conjuro del ascentral instrumento, que les habla con su cadencia chillona, de niñez y juventud, amoríos y mortajas.
-¡Gaitero! ¡Toca, toca, hasta reventar en "mío" quintana! ¡Bendita alborada, no te vayas! ¡Toca, gaitero!
Mas el gaitero se va. Ordénale la tradición que, antes de la misa solemne,  ha  de  visitar  una  por  una,  las  casas  del  pueblo.  El,  va ufano,  satisfecho  de  la  magnífica  importancia  de  su  persona, mientras los ancianos que, rejuvenecidos habían saltado del lecho, le siguen con la mirada, mohinos, maltrechos, llorosos. ¡Quién sabe, si será la última alborada!
   Mientras tanto, aquella mujer enlutada, que misericordiosamente el  rayo  de  luna  besó,  seguía  adelante  en  el  lento  peregrinaje  de rodillas.
-iHala! ¡Hala! ¡No gimas hija mía! La Misa es a las doce y hemos de llegar, iHala! ¡Hala! Es mi promesa...
Era  una  mujer  hermosa  de  no  más  de  veinte  años:  El  rostro moreno de campesina sana, era todo envuelto por la luz de sus ojos negros. Cabeza y hombros, iban ocultos por una manta oscura de largos  flecos,  que  a  su  vez  resguardaba  la  diminuta  figura  de  la criatura.  ¡Ambas seguían adelante!  ¡Era una promesa!  La  sangre manando de las rodillas maltrechas, escribía sobre los guijarros de los montes y sobre el césped de la pradera, el poema heroico más sublime  que  fuera  capaz  de  concebir  y  expresar,  el  más  excelso poeta.
Hubo momentos en su peregrinar, que extenuada, besaba el suelo con el rostro. Entonces, de espaldas, tumbábase en el campo y, de su  pecho  recio  de  mujer  jóven,  donaba  a  aquel  ser  en  embrión, néctar de vida que era su propia sangre.
Pero...
-¡Adelante hija! ¡Los "Remedios" están cerca! ¿Qué importa que mis carnes queden por el camino, sí a quien tú debes la vida, ha arrojado a tu madre en el arroyo?
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
La Virgen bendita de los "Remedios", hermosa hasta la excelsitud por la magnitud de sus bondades, brillaba al sol como un diamante.
Erguida,  gallarda,  maravillosa,  era  portada  en  andas,  por  cuatro mozarrones  de  la  aldea  y,  seguida  procesionalmente  por  miles  de fieles,  romeros  de  toda  Asturias,  que,  conmovidos  entonaban  las estrofas de su himno:
¡Virgen de los Remedios Compasiva!
¡Compasiva! Eso decían aquellos marineros descalzos, que desde lejanos  puertos  arribaran  al  Santuario,  para  agradecerle  la intercesión  en  la  hora  trágica  del  naufragio,  ¡Compasiva!  Así pregonaban  aquellas  madres  irguiendo  en  alto,  el  hijo  de  sus entrañas,  salvado  por  la  Señora,  cuando  los  médicos  habían claudicado; los ciegos, vueltos a la luz; los perdidos que, hallaron el camino;  los  paralíticos,  de  nuevo  con  movimiento...  Ellos eran su procesión, con la escolta de hábitos morados amortajando a mujeres agradecidas.
La procesión, lentamente, con majestad, seguía adelante.
Profusión de cohetes atronaban al espacio, mientras muchachas jóvenes tiraban al cielo multitud de flores.
De pronto...  la marcha queda paralizada.  Los mozarrones que portan la Santa Imagen, retroceden.  Ante ellos, patéticamente quieta, transfigurada, está una mujer de hinojos. Sola, en medio de la multitud. Clava sus ojos en la Virgen y levanta en alto los brazos con una criatura. A todos pareció que la Santa, la miraba compasiva y que aquella flor de la PUREZA, que porta en su diestra, se había estremecido.
Mas la procesión y la mujer, siempre arrodillada, se perdieron en la penumbra del Santuario. Horas después, no era más que una de tantas penitentes.
Sin embargo, a la mañana,..
El Sacerdote, entró a oficiar su misa de alba. En una esquina de la
Ermita, halló a la mujer aterida de frío, postrada sobre sus rodillas sangrantes.
-¿Se puede saber?...
-¡Perdóneme, señor cura! Me escondí en el coro. Cuando terminó el desfile de romeros, salí para...  
-¿Pero?...
-Mire usted a la Virgen, señor Cura...
Sobre el altar, a los mismos pies de la Imagen, en la cunita de pajas del Niño Jesús, hallábase tendida una niña, de belleza tan solo igualable a la del propio Infante.
-No se si pequé, señor. Un hombre me hizo madre y huyó. Vine a preguntarle a la Virgen... ¿Yo pequé?
En el mismo instante, LA FLOR BLANCA DE PUREZA, cayó de la santa mano de la Virgen, sobre el rostro hermoso de la criatura...

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

Puede ser, pero non debe ser

En todo el pueblo, nadie le conocía por su verdadero nombre, sino con  el  remoque  de  "Pimienta".  Tanto  es  así,  que  hasta  el  mismo interesado dudaba de él, pues con ocasión de ir al Ayuntamiento a hacer  la  consiguiente  declaración  de  cosecha,  fueron  muchos  los testigos que habían escuchado el siguiente diálogo:
-¿Cómo se llama usted?
-Pimienta, pa servilu.
-Pero  bueno,  ¿eso  de  Pimienta,  será  apodo?  Le  pregunto  su verdadero nombre.
-Pimienta. Pregúntei sinón al cura.
-Vamos hombre; además, algún otro nombre tendrá.
-Home sí. El del salvoconducto. Mírelu, aquí la traigo.
De  esa  forma,  pudo  enterarse  el  oficial  del  Ayuntamiento,  del verdadero nombre de Pimienta.
Pasaba de los cuarenta años, por lo que no era ningún chiquillo; pero tampoco viejo, ya que, según el dicho popular, el corazón no envejece  y,  el  suyo,  estaba  exactamente  igual,  que  a  los  quince años.
Era labrador de mediana hacienda. No vivía mal, ni tampoco bien.
Pero vivía y, para él, era lo interesante.
Su mujer, no era ni guapa ni fea; pero habíale dada cuatro hijos, cumpliendo  por  tanto  su  misión,  como  la  mejor  de  las  mejores.
Reunía en sí, muchas cualidades que envidiarían las más hermosas: hacendosa, limpia, trabajadora -algo más de la cuenta- y, con cierto mal genio. Sacaba el cucho de la cuadra, limpiaba el ganado, pegaba a los chiquillos.... Eso era lo mejor.
Pero también, le contaba el dinero que llevaba a los viajes y a la vuelta volvía a recontarlo para saber lo que había gastado... Eso era lo peor.
Mas como no hay bien sin mal, "escayu" sin espinas, "nin prau que non dea yerba", Pimienta, estaba tan conforme. Deslizábasele la vida, sin preocupaciones de mayor índole, sin agobios, sin prisas y sin penas.
De  ahí  que,  aquel  buen  día,  -como  tantos  otros-  hallábase  sin ningún cuidado en la "vela" de un tonel, en compañía de una docena de  bebedores,  que  ponderaban  a  más  no  poder,  las  delicias  de  la sidra de Carreño, inigualable en Asturias, por su sabor, color, etc.
Cantores de la sidra "gratis", que, al otro día de "magullu", en Nava, no  se  ruborizarían  al  afirmar  que,  como  "Nava  pa  sidra,  ni Venezuela".
Dos  horas  largas,  llevarían  a  tente  tieso,  mirando  como  caía  el dorado  néctar  de  la  espicha,  saboreando  de  vez  en  vez  unos taquinos,  y  entonando  el  más  variado  repertorio  de  canciones indígenas, exóticas y hasta inter-planetarias. No hay ninguna duda, que la sidra tiene la virtud de avivar el ingenio, afinar las voces y acuciar la orina. Tres virtudes cardinales, que ningún bebedor ignora.
De  ahí  que,  una  espichada  de  buena  sidra,  es  lo  que  menos  se parece, a una velada mortuoria.
Que  aquella  sidra  era  buena,  nadie  podrá  dudarlo  después  de escuchar el siguiente diálogo:
-La sidra esti añu tien bon presentar. 
-¡Terrible!
-Sentenció Pimienta. 
-Lo quiés esta, tien granu.
-¡Terrible!
-Volvió a opinar el mismo. 
-Espalma y tien secante.
-Echa un vasu, Manín, a ver si lo arreparo
-Ordenó el ya citado.
-Me agrada por lo fino
-Comentó el Médico allí presente.
-Ye mejor que agua.
-Afirmó Pimienta. iMueya! ¡Mueya!
Tras de cuales opiniones, se cambió de tema. Hablóse de la novia del hijo de Falo el Zuecu, que no le convenía porque no poseía más que una vaca. De la bomba atómica, de la radio, de fútbol, de toros y hasta de carreras de caballos. Luego, se pasó a arreglar a España, que no tenía arreglo hasta que se cruzara toda ella con canales y, se llevase el agua del mar Cantábrico, para regadío.
-Non  toy  conforme  -interpeló  Pimienta. 
-El  poblema  d'España, non  ye  d'agua.  Ye  de  coltura.  Eso mesmo,  de  coltura.  Gástase demasiao dineru en libros. Non hay más que dir a Xixón o a Uvieu y vereyes tós los escaparates llenos d' ellos. ¿Non y'ello sirno de una incoltura grandi? Por que decime ¿Si tou el pueblu sopiera ler, pa qué se quieren los libros? En sabiendo, ya non fayen falta. Además, tan muy caros. El otru día sin dir más allá, compré yo una noveluca y costóme cinco pesos, encima de non valir pa ná, porque yo quería aprender a ler en ella y non la entendí. Pero eso non importa; sin ler, pásáse. Pero en cambiu, fuí a casa el "Ferreru" a tomar una botelluca y, costóme cuatro cincuenta pesetes. Una barbaridá; porque eso ye artículo de primera necesidá. Sede, tós la tenemos. Desde el ricu al probe, del que sabe ler al que non sabe, desde el Obispu, al cura...
-Puede beberse agua, que Dios lo da de balde.
-Interrumpió D. Nicasio
Nicasio, el médico.
-Por algo usté non falla a una espicha. 
-Mordad, irrumpió Pimienta.
-Hombre, me gusta el ambiente de lagar, donde siempre hay la buena compañía de los amigos.
-Y la bona sidra cayendo a chorro. 
-Volvió a decir el paisano.
Además, el agua des que fó el mal de moda, ¡pal gatu! Y des que usté mesmu dixo que el tifus se propaga con el agua, ¡miau! Aparte claro  tá,  qu' el  agua  cuando  abrasa  los  caminos,  ¿qué  fará  les gargantes que no son de piedra?
-Bueno  Pimienta.  No  exagere  usted  las  cosas  ni  las  saque  de quicio. He comentado en una ocasión con usted y lo sostengo, que existen algunos microbios nocivos para la salud que encuentran su mejor ambiente en el agua. En ella crecen, procrean y se propagan, multiplicándose de tal modo que, en una sola gota de agua, pasan al cuerpo humano, millones y millones de ellos...
-Eso non pué ser.
-Replicó Pimienta.
-¿Cómo qué no puede ser?
­Interrumpió D.Nicasio.
-Bueno.
-Rectificó aquél.
-Puede ser. Pero non debe ser.
-¿Por  qué  no  debe  ser?  Explíquese. 
-Ordenó  el  doctor  un  tanto picado.
-Por que non ¡barájoles!
-Afirmó Pimienta, a quien la sidra había hecho un tanto enérgico. ¡Hay coses que pueden ser y non deben ser!
-Bien amigo.
-En tono conciliador habló el médico.
-La sidra nos pone a todos un tanto locuaces y es disculpable que, se hable algo más de la cuenta. Yo creo que está usted un poco...
-Cá. Non señor. Toy como si non lo aprobara...
-Entonces, tenga la bondad de decirme amigo, ¿qué cosa puede ser y no debe ser?
A  lo  que  Pimienta,  con  toda  la  sorna  y  malicia  del  mundo, recalcando palabra por palabra, contestó:
-Pues una cosa que puede ser y non debe ser, YE FONEI A LISTE UNA ALBARDA: PUEDE SER, PERO NON DEBE SER.
Y  entre  carcajadas  del  auditorio,  bebió  Pimienta,  el  cincuentavo culín.

Cuento asturian

1.017. Busto (Mariano)
   

   

Por comodidad

Llamado  a  Oviedo,  por  el  Servicio  Nacional  del  Trigo,  a  fin  de aclarar unos extremos confusos, relacionados con el funcionamiento de  su  Molino,  tomó  Pimienta,  el  tren,  en  la  Estación  de  Veriña, después  de  adquirir  un  paquete  de  "piojillo"  en  Casa  Ramos  y  de haber tomado una copita de anís corriente en la de Lola.
Apenas montado en el vehículo, hallóse de manos a boca con su "amigo" Lalo el Vizco, el cual, atentamente le ofreció asiento, para lo que hubo de empujar hasta incrustarlo en la ventanilla, a un señor enormemente gordo, que ocupaba abundantemente dos asientos.
-¿Vas a Uvieu, oh? -Preguntóle el Vizco.
-Sí.  -Respondió  lacónicamente  Pimienta,  arrellanándose  en  el asiento.
-¿Vendrás a les dos?
-Volvió a inquirir el primero. 
-Vendré cuando pueda.
-Secamente repuso el segundo.
-¿Tienes muncho qué facer?
-Insistió aquél.
-Silo tengo o non, ye de mi cuenta.
-Rezongó éste.
No cabía la menor duda que Pimienta, tenía muy pocas o ningunas ganas  de  hablar;  cosa  extraña  en  él,  porque  de  suyo  era  muy dicharachero y locuaz.
Sin  embargo,  su  razón  tenía.  Habrá  notado  el  lector,  como  la palabra "amigo", la hemos entrecomillado. Y conste que, no ha sido hecho  a  humo  de  pajas.  Lalo  y  Pimienta,  eran  amigos  de  pega, amigos de mentira. No podía nuestro conocido compenetrarse con un tipo  de  la  catadura  de  aquél.  A  Pimienta,  por  encima  de  todo  le gustaba la verdad, la franqueza, huyendo siempre de la chismosería, del engaño y de la maldad. Lalo, en una palabra, era el correveidile del  pueblo  y  a  Pimienta,  jamás  se  le  olvidaba  una  acción  de  su convecino, que pudo acarrearle un serio disgusto.
Fué con ocasión de la feria de San Miguel. Pimienta, después de haber  vendido  bien  a  los  gitanos,  un  mal  borriquillo,  fué  a  comer como  cualquier  mortal  a  una  taberna  de  la  ciudad.  Después,  su cafetín en la calle Corrida, donde se topó, con una hermosa joven, de pelo  rubio,  ojos  azules  y  labios  al  "almazarrón",  que  lejos  de  ser presumida y fastidiosa como la mayoría de las señoritas de cartera colgando al hombro, era la llaneza personificada y el cariño a flor de labios. Ello fué que, empezaron a charlar y tan simpática le cayó, que la invitó a unos pastelitos en una confitería retirada, por no dar que decir; mas con tan mala fortuna, que, en el preciso momento en que la tomaba una mano para cerciorarse de que no tenía callos, acertó a meter  las  narices  en  el  reservado  el  maldito  Lalo,  que socarronamente, díjoles:
-¡C'aproveche pareja!
Pero  no  fué  eso  solo.  Sinó  que,  llevando  la  maldad  hasta  el máximo extremo, enganchó el caballo y a todo galope, llegóse a casa de Pimienta con el cuento. Hallábase Rufa en la tarea de estrar las vacas, cuando Lalo, de sopetón, le dice:
-Trabaya boba. Así ta bien. Mientres tanto, el tu home, comiendo pasteles con una señorita. 
-¿Tú qué me dices? -Un si no es recelosa, inquirió Rufa.
-Lo que oyes. 
-¿Ye guapa? 
-Ay, eso sí.
-Pos  mira,  si  anda  con  otra  más  fea  que  yo,  dame  rabia;  pero siendo  más  guapa,  gústame;  porque  así  demuestra  que  ye  un conquistador. Con que ya lo sabes, ¡chismosu! ¡Mala persona! ¡Hala!
Y le tiró a las narices la palada de vericio que llevaba para estrar.
De ahí que Pimienta, le guardase rencor y ninguna gana tenía de hablarle. Lalo, que tonto no era, insistió una o dos veces en enhebrar la conversación, pero al persuadirse de la inutilidad de sus intentos, optó por dormir.
Al sentir Pimienta, tan sonoros ronquidos, pensó: 
-Esta ye la mía.
Rápidamente, lo miró de arriba abajo, observando como el billete le asomaba en  el bolsillo del chaleco Cautelosamente, para que  el resto  de  los  viajeros  no  se  dieran  cuenta,  se  lo  escamoteó limpiamente, poniéndose a charlar con los demás, sobre las delicias del tiempo. Arrancó el tren de Villabona y Lalo, seguía durmiendo a pierna  suelta.  Entonces  Pimienta,  dándole  unos  golpes  en  el estómago  y  gritándole  fuertemente  en  el  oído,  le  despertó sobresaltado.
-Dispierta hombre. Vien ahí el interventor. Prepara el billete.
Medio  dormido  aquél,  echa  mano  al  bolsillo  y  al  hallarlo  vacío busca en otro, después en el siguiente, y así sucesivamente hasta siete. Todó fué inútil.
-¡Maldita sea! ¡Perdílu!
-Cayeríate al suelu. Mira a ver.
-Replicó imperturbable Pimienta.
Buscó  con  ahínco  sin  resultado.  También  le  ayudaron  cinco mujeres y hasta el hombre gordo.
-¡Tendré que pagar doble!
-Tristemente exclamó Lalo.
-Non seas burru. ¿Pagar doble? Eso ye de bobos. Mira, escuéndite baxo el bancu y con les pates nuestres y les faldes de les muyeres, tapámoste.
-Propuso Pimienta.
-Ye verdá paisanín. Todo menos pagar doble. La Compañía que vaiga a robar a otros.
-Comentó una de las mujeres.
-Tá bastanti rica.
-Razonó otra.
Con  cuyas  aseveraciones  convencieron  a  Lalo,  que  dispuesto  a sacrificarse,  siempre  de  no  pagar  suplemento,  se  introdujo trabajosa-mente debajo del asiento. Las mujeres estiraron las faldas y el hombre gordo, apretó las piernas. Pimienta, tranquilamente liaba un cigarrillo.
El tren seguía su lento caminar. Los minutos duraban horas para aquel prensado infeliz, que respirando polvo y basura, sacaba de vez en vez el cuello para acopiarse de aire menos impuro y preguntar:
-Pimienta. ¿Tuvía non allega el interventor?
-iEncuéyite, barájoles. Tá quí cerca y pué oyite!
Lugó  Llanera.  Parada  y  fonda.  Lugones,  otra  parada,  porque  al fogonero  se  le  había  olvidado  echar  carbón  a  la  caldera.  Al  fin, renqueando, inicia la marcha el atortugado tren de Gijón a Oviedo y cuando llegando iban a esta ciudad, el interventor que aparece.
-Billetes por favor.
Interviene  los  de  todos  y  por  último  a  Pimienta,  que  se  había adormilado:
-Por favor, señor, billete.
-Sin favor, hon. Ahí tien.
-Y le entregó dos.
El interventor los mira, les da vuelta, vuelve a mirarlos y al fin, le dice:
-Pero bueno, paisano, ¿usted para qué quiere dos billetes del día?
A cuya interrogante, levantándose del asiento respondió Pimienta.
-MIRE SEÑOR. ESTI Y'EL MIU PROPIU. Y ESTI OTRU, YE DE UN AMIGU QUE POR COMODIDA VIAJA DEBAXO DEL ASIENTU. MÍRELU, MÍRELU. COMO ESCUENDI LA CABEZA PA QUE NO LU VEA.
El  hombre  gordo  se  desinfló  en  una  inacabable  carcajada, mientras que al interventor le caía la tenacilla de las manos.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)


Las ballenas de perán

De cuantos jugadores habían intervenido en las partidas de bolos, ningunos  como  Repinaldu  y  Lecio,  habían  demostrado manifiesta superioridad.  Medio  centenar  de  curiosos  presenciaban  el  juego, comentando  entusiasmados,  la  fortaleza,  habilidad  y  acierto,  de aquellos  colosos,  superiores  con  mucho,  a  cuantos  existieron  y existían  en  el  Concejo,  pese  a  tener  en  cuenta  que  Carreño,  de tiempos inmemoriales era temido en la bolera.
Habíanse  cruzado  muchas  e  importantes  apuestas  en  toda  la tarde. Los ánimos, estaban caldeados y en la mente de todos, bullía la idea de enfrentar a los dos campeones. Habían ido derrotando a unos y otros adversarios, pero como puestos de común acuerdo no medían entre sí, sus fuerzas. No era, ni mucho menos, la primera vez  que  ocurría;  pues,  excelentes  jugadores  y  buenos  amigos,  no querían  tener  probalidades  de  buscar  una  enemistad  que  no deseaban,  ni  siquiera  excitar  pasiones  de  uno  u  otro  lado,  que pudiera acarrear malas consecuencias.
Sin embargo, tanta fué la insistencia de los mirones, tantas las apuestas cruzadas que, no hubo más remedio que intentar lograr la superioridad de los dos expertos.
Empezaron las tiradas. Las fuerzas eran niveladísimas y jugada de cada  cual,  era  coreada  con  vítores  y  aplausos  por  sus  partida-rios.
Ambos jugadores, aunque noblemente jugando, estaban nerviosos y con ansias de ser ganador.
Lecio, falló una tirada y entonces resonó una voz:
-¡Cien pesetes por Repinaldu!
-Aceptades. Y cien más por Lecio.
Los  ánimos  subían  peligrosamente,  habiendo  algún  que  otro conato de agresión. Fué Lecio, el que dijo: 
-¡Si  hay  líos,  retirámonos!  ¡Repinaldu  y  yo,  tamos  xugandó  de bona fé!
-Tú sí, él no.
-Gritó un exaltado.
-Yo sí.
-Gritó Repinaldu.
-Y ten cudiao con lo que hables, pues lo mesmo que xuego la bola, cimblo el palu...
-¡Ten muncho güeyu con lo que dices!
-Recrestóse el otro.
-Dígolo y sosténgolo.
-Dejó la bola iracundo y fué en busca del garrote.  Con  las  peores  intenciones  llegaba  Repinaldo  al  exaltado insultador, cuando en esto, Pimienta, se mete por medio del grupo, sin saber de donde había salido. En la partida no estuviera en toda la tarde y además, llegaba fatigado, como de una larga carrera.
Decíamos que se introdujo en medio del vociferador grupo y en alta voz, hablaba.
-¡Acaba  de  pasar  la  cosa  más  grande  del  mundo!  ¡Hay  una invasión por la mar!
Calló el grupo inmediatamente. Con un movimiento instintivo de expectación,  rodeáronle  todos,  olvidando  al  momento  la  gresca iniciada.
-¿Qué pasa?
-Inquirieron medio centenar de voces.
-Qué  ahora  mesmo,  la  mar,  en  la  rada  de  Perán,  empezó  a engordar,  engordar  y  subió  pencima  la  carretera,  rnetióse  per  los praos y dexó al baxar, más de cien ballenes. La más pequeña, ye como el mió horru. Una, dió un rabotazu a la casa Perán ya dexóla desmigayada.  Otra,  tiró  el  horro  d'un  vecín.  La  xente  aterrorizada marcha  como  tiros  y  agora,  llegarán  les  tropes  con  cañones  para presenta ¡os batalla. Hay que dir tós p'allá. Llevar palos y focetes, que yo voy avisar más xente.
Sin titubeos, jugadores y mirones, lanzáronse en rápida carrera a pertrecharse  para  el  combate.  La  noticia  corrió  como  reguero  de pólvora, quedando las casas de la comarca vacías, ya que, hasta las mujeres  con  sus  niños,  subían  monte  arriba  para  presenciar  tan descomunal sucedido.
Sólo  Pimienta,  hubo  de  tumbarse  en  el  suelo,  para  no  caer redondo a consecuencia del ataqué de risa que le dió. ¡Era nada la que acababa de armar! A él, le habían hecho muchas trastadas, pero tan  gorda  como  aquella,  ninguna,  por  lo  que  estaba  satisfecho  ya que le pagaban, todas en una.
Rodando por el suelo estaba sin poder dominar su alegría, cuando a poco le pisa un nuevo grupo de gente armada, que iba en dirección a Perán:
-¿No sabes lo que pasa, Pimienta?
-Sí, oh. Y lo pior ye que, les ballenes paez que vienen en dirección pa cá.
-Repuesto, reponía.
-¡Qué  razón  tien  el  reflán  que  diz,  "Un  bobu  fay  un cientu".
-Comentó.
-Agora compriendo bien, lo fácil que ye ser conductor de mases,  como  se  diz  agora.  ¡Si  diciéndoios  que  vienen  ballenes marchen tós como llobos, que fará diciéndoios quén Candás llueven panes de a kilu!
Otro  nuevo  grupo,  que  avanzaba  rápidamente  en  la dirección sabida, sacóle de sus pensamientos. Este, venía capitaneado por el propio señor Cura, que iba explicando a sus feligreses la posibilidad de sacar partido del aceite y marfil de los extraordinarios mamíferos.
-¿Va  p'allá  señor  Cura? 
-Con  el  mayor  cinismo  preguntaba  el paisano.
-Sí,  Pimienta.  Es  un  caso  digno  de  verse.  Algo  extra ordinario.
¿Usted no viene?
-De bona gana diría. Pero toy un poco coxu de una pata.
-Hubo de volver  la  cara,  porque  aunque  muy  dura  no  podía  resistir  tanto embuste. A costa de no pocos esfuerzos, pudo dominarse, hasta que, el buen sacerdote y acompañantes, se perdieron de vista.
Entonces  sí,  que  gozó  a  sus  anchas.  Dió  rienda  suelta  a sus carcajadas, habló sólo, saltó. Más de pronto, quedóse inmóvil, serio, pensativo.  Restregó  los  ojos,  pasó  la  mano  por  la  frente,  como cuando  tomaba  alguna  resolución  importante,  y  sin  más,  echó  a correr como un loco, detrás de los grupos que marchaban a Perán.
Corriendo a todo correr decía...
-¡Barájoles! A ver si ye verdá lo de les ballenes y yo por tar aquí, non les veo!

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

Labrador de verdad

Somnolienta  en  medio  del  valle,  la  casuca  terrosa  del  anciano Pachu,  guardaba  en  su  interior,  cinco  vacas,  tres  terneros  y  dos mujeres. Y anteponemos el ganado a las personas, porque de hacer lo contrario, jamás seríamos perdonados por el mencionado Pachu.
Enmarcaban  a  la  casuca,  feraces  tierras  de  labor,  cuidadas  con esmero, con mimo, con idea del arte más exquisito, al servicio de la labranza. Solo contemplarlas bastaba, para saber que, sus entrañas holladas eran, por la planta de un labrador de verdad.
Alrededor  de  las  tierras,  verdes  y  risueños  prados.  Más  allá, floridos  pomares  y  corpulentos  castaños.  Sobre  todo,  un  cielo plomizo, triste y lacrimoso: es el cielo de Asturias, apenado por la audacia  de  las  montañas  que  hollan  impúdicas  la  pureza  de  sus nubes.
Pachu,  labrador  antes  y  después  del  parto  -como  en  frase  bien expresiva él mismo ase-guraba-, no había conocido en su vida otra cosa que las tierras. ¡Y cómo las conocía! Para él, no tenían secretos, porque se amaban, se compenetraban y formaban una misma cosa.
¡Tierra la tierra y tierra él!
Se casó, sencillamente por obedecer el mandato de la naturaleza.
¿No necesita la tierra para germinar casarse con las semillas? ¿Los árboles y los anímales no necesitan juntarse para fecundar? Y tuvo una  hija,  por  las  mismas  razones  que  los  campos  alumbran  los frutos...
¡Bella estampa de labriego el anciano Pachu!  Su rostro cruzado por  las  ingratas  arrugas  de  los  años,  era  color  de  tierra.  Pero  no parduzca,  amarillenta,  sino  rojiza  como  la  tierra  de  Asturias.  Sus brazos, figuraban ramas de castaño desnudas de hojas en el otoño y, su cuerpo, el tronco de un roble añoso...
La mirada de Pachu, era como tenía que eer. No luminosa, llena de  infinitos  horizontes,  avara  de  luz  como  la  de  los  labriegos castellanos, incapaces pese a su esfuerzo, de abarcar el inacabable paisaje,..  No.  Era  mirada  apagada,  corta  como  la  holgura  de  sus valles,  Mirada  llena  de  tierras,  de  bosques  seculares,  de  praderas llenas de primavera... De ahí que, sus ojos fueran verdes...
Su andar lento, cansino... El horizonte de su valle tan limitado, le había enseñado a no apurarse para llegar.
Ahí queda el retrato de Pachu. Un hombre de tierra para la tierra.
Lo decía él;
-¿Qué es el «llabrador»? Ni más ni menos que un miembro de la tierra.  Quiérase  o  no,  a  ella  hay  que  obedecer  ciegamente.  El labrador  no  ordena,  acata  la  voluntad  del  campo.  No  le  dice  a  la tierra:
-¡Ahora te siembro; produce!
No. La tierra tiene que entrar  en celo y no siempre lo está,  Es necesario esperar, que diga:
-¡Siémbrame ahora!
Lo que hace falta es ser miembro, para entender por instinto su lenguaje. El labrador que, únicamente trabaja la tierra por trabajarla, sin comprenderla, sin amarla, sin intentar escuchar sus mandatos, no es labrador. Es más, el labrador, ha de sentir los mismos dolores de la tierra, sufriendo y alegrándose con ella.
Así  hablaba  el  anciano  Pachu,  que  era,  un  verdadero  labra-dor, porque  si  es  necesario  tener  dolores  con  la  tierra,  él  era  un conglomerado de ellos. Reuma, dolor de callos, dolor de ojos... Con sus  dolores  anunciaba  todos  los  accidentes  atmos-féricos  y  de  ahí que,  muchos  vecinos  jóvenes,  que  todo  lo  toman  a  broma,  le llamaran en son de mofa el señor Barómetro y se llegaban a él, un si no es en plan de guasa, para informarse:
-¿Se podrá sembrar?
-¡Qué  disparate!  El  dolor  de  reuma  me  dice  claramente,  que mañana empiezan las lluvias y durarán toda la semana.
Efectivamente. Venían las lluvias arrastrando en aluvión las tierras recién sembradas, llevando con ellas las semillas. Por tanto, trabajo perdido.
-¡Hierba a la «tenada»! «Barrunto» invernada, porque pícanme los dedos de los pies y es indicio seguro.
Fatalmente, la invernada cruda y duradera llegaba. Sus ganados podían, tranquilamente permanecer en el establo, sin que les faltase el alimento preciso: Por el contrarío, los excépticos, los que no creían en la relación constante con la naturaleza -la misma relación ciega e instintiva  que  existe  entre  el  cuerpo  humano  y  los  brazos- escuchaban  con  angustia  el  mugido  tétrico  de  sus  ganados hambrientos,  caminando  enlodados  y  calados  de  agua  hasta  los huesos, en busca de la vianda, que mal podían recoger.
Hinchábanle los pies: Calor... 
Dolíanle los ojos: Niebla...
Jamás  el  anciano  Pachu  obtuvo  malas  cosechas,  aunque  sí muchísimos dolores. Dolores de la tierra que jamás le engañaban. En toda su larga vida, únicamente se había equivocado una vez. Perdió todo  el  maíz,  de  habas  recogió  menos  de  medía  cosecha  y  la hortaliza fué un fallo rotundo, Las gentes del pueblo se mofaron de él y estuvo a punto de perder todo el prestigio de señor Barómetro. Sin embargo, había sido a causa de un accidente que lo explica todo.
-¿Qué  había  pasado?  Sencillamente  ocurrió,  que  regresando  un lunes del mercado de Avilés, caballero de un briosoo jumento, éste, tuvo un mal paso y lanzó al anciano Pachu, por encima de las orejas.
De resultas del coscorrón, le rompieron dos costillas y medio averió el brazo derecho. En plena curación llegó la época de la siembra y, los  dolores  que  sentía,  creyólos  dolores  del  accidente,  cuando  en realidad eran dolores de la tierra... ¡era reuma! En buena ley, discúlpase la confusión.
… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

La  pertinaz  sequía  asolaba  las  feraces  tierras  del  Valle,  por espacio de tres años. Los prados antes verdes, mostraban ahora, la faz  amarillenta.  Los  árboles  mustios,  los  riachuelos  callados,  las tierras de labor pardas, desangradas, mostrando terribles grietas. ¡La tierra se moría!
Cumplía setenta años el bueno de Pachu, cuando la sequía hizo su aparición.  Notó  alarmado  que  sus  dolores  disminuían,  tanto  en cantidad como en potencía. Al segundo año, cayó en cama; apenas sentía dolor alguno. Mas sus piernas desfallecidas no eran capaces de  sostenerle.  De  vez  en  vez,  trabajosamente  saltaba  del  lecho, recorría los campos, para volver angustiado:
-¡Otro año sin sembrar!
Llegó el tercero con las mismas características. El sol abrasaba y la tierra en su dureza no permitía que la reja del, arado la roturase...
Y  un  buen  día,  el  anciano  Pachu,  con  prisa,  con  angustia,  con miedo, llamó a su mujer y a su hija:
-¡Rosa!  ¡Carmina!  ¡Llevadme  a  la  huerta!  ¡Pero  pronto,  esto  se acaba!
Lo llevaron, sentándole a la sombra de un manzano. Por espacio de media hora, contempló los campos, Después, se llevó las manos a los ojos para enjugar unas lágrimas.
-¡Esto se acaba! Reclinose sobre la tierra, besóla repetidas veces y sin  más,  cayó  en  una  especie  de  sueño  profundo.  Alarmadas  las mujeres  buscaron  al  médico,  que  no  tardó  en  llegar. Reconocióle sobre el mismo suelo.
-¡Todo  funciona  normalmente!  No  acierto  a  explicarme  que  le sucede.
Y  he  ahí,  que  el  dormido  anciano,  trabajosamente,  pero  con claridad, responde:  .
-¡No es mal que curen médicos, señor! ¡Sequía! ¡Sequía! ¡Mal de la tierra! No tengo dolores, mal de muerte; porque mientras existe dolor, hay vida, La tierra sedienta se muere y yo con ella. ¿Ha visto usted doctor, alguna rama con vida, sí las raíces y el tronco están muertos?
Sobre el campo que tanto amara, expiró el pobre Pachu. Y es que era un labrador de verdad. ¡Murió, cuando no tenía dolores!
¡El labrador de verdad, ES UN MIEMBRO DE LA TIERRA!

Cuento asturiano[1]

1.017. Busto (Mariano)



[1] Publicada en la revista «CERES» de Valladolid.

La vaca pinta

Aquel hogar, era cristiano a "machamartiello". Por eso, antes de acostarse, rezaban en comunidad el Santo Rosario; pedíase por los navegantes,  caminantes  y  soldados,  además  de,  por  el  ánima  de cuantos habían muerto en la casa. Rezaba delante Pimienta y sus hijos, respetuosamente, respondían a las plegarias, costándoles de vez en cuando algún coscorrón, por adormilarse. No siendo aquella noche, distinta a las demás, habíanse ido a acostar los hijos, después de haber cumplido con tan cristiana obligación.
Al  amor  de  la  lumbre,  solo  quedaron  Rufa  y  Pimienta.
Aquélla, remendando unos calcetines y él, picando sobre una tabla, hojas de tabaco casero.
-Bueno  Rufa. 
-Inició  la  conversación  Pimienta,  después  de carraspear y rascarse el cogote. Pos... la verdá ye que..., claro; el fíu mayor, ya ye homucu y ya creo que debíamos busca¡ acomodo. ¿Qué pienses?
-Que ya lo había pensao. Callaba, per ver si tó da, bes n'ello. Por fin, veo que una vez en la vida pienses algo.
-Respondió la aludida con cierta malignidad.
Pimienta la miró de soslayo, sonrió socarrón y repuso:
-¿Entós, egual y tienes ya preparada la prometida? 
-Ay, eso non ¿Tienesí la tó?
-Pos  claro  Rufa.  Una  moza  pa  él,  malditu  trabayu:  cuesta el buscala. Ye correutu, parcial, trabayador, bona planta, zalameru, non va desnudu...
Mas  no  pudo  continuar  en  sus  alabanzas,  porque,  Rufa, interrumpió diciendo:
-Tiénlo tó el mió rapaz. Parécese muncho a mí. Se pavoneó de orgullo.
-¡Tataratá foyuela, dixo 'l vieyu a la vieya!
-Medio cantó Pimienta.
-Pero al granu. Tengo varies proporciones barajades y si son de tu agradu, bona fecha...
-Oye. Oye. ¿Pero así sin contar co n'él? Y si non quier?
-Interrogó ella.
-¿Qué  qué,  oh? 
-Enérgico  intervinó  el  marido. 
-¡Si  non  quier!
¿Aquí quién manda en casa, barájoles? Lo que yo diga tá dicho y na más. Mi pá, casóme contigo sin yo conócete y tan mal non resoltó...
-¡Qué  lo  digas,  Pimienta! 
-Convencida  reponía  Rufa. 
-¡Pué  que tengas razón! Entós dime ¿quién y tienes sentenciada?
-Pos mira. ¿Qué ta paez Olivina la de "Xuacu el Tuertu"?
-¡Ca, nin hablar! Non me la busques coxa, que ya acoxará ella.-Seriamente argumentó Rufa.
-Quiciaves tengas razón. ¿Entós, paezte bien Carmina Pepico?
-Tien poco xuicio na mollera; además, nunca trabayó na tierra. Si entovía, aunque con poco sentíu, toviera una caseriona, bueno; pero tien una caseriina. Respondió sopesando las palabras, la buena de Rufa.
Pimienta, volvió a rascar el cogote, dió vueltas a su caletre y tras una  larga  pausa,  en  la  cual  pasaron  por  su  imaginación  todas  las mozas casaderas del Concejo, exclamó: ,
-Pué que¡ venga bien "Nides la de Xuacu". 
-¡Jesús, María y José! ¿Esa vieya y chismosa? ¡Tú non tás buenu!
-Espantada reponía Rufa.
-Pos tien munchos cuartos.
-¡Qué los guarde!
-Con redoblada energía exclamó ella.
-¡Demonio! 
-Gritó  Pimienta  que  ya  iba  perdiendo  la paciencia.
¿Entós  qué  quies  pal  tó  fíu?  ¿Una  marquesa?  ¿Ye  él  acasu  un Príncipe? ¡Non me non; si él ye un machaca tarrones como yo! Va que arde con una de so igual o anque sea algo menos.
-Bueno Pimienta.
-Imterrumpió su mujer en tono conciliador.
-Ye que yo quieo una nuera que lo reuna tó. Dime otra que, a lo mejor gústame.
-Adelina Pin. ¡Esa sí que ye partiu! Fiya sola, xoven, guapa, seyes vaques, vente días de gües na Llosona, sempática...
-¡Basta,  basta! 
-Replicaba  Rufa. 
-A  esa  sobrai  tó,  pero  falta¡ lo prencepal. ¡Faltai vergüenza!
-¡Barájoles! ¡Rufa! Ya me tás faciendo perder los estribos. ¡Non busco  más!  Agora,  búscaila  tú.  iEntós  qué  quies  pal  tó  fíu?-Malhumorado inquirió Pimienta,.
-Mira, home. Yo quieo pa nuera, una fema de planta. Fema de veres,  capaz  de  dar  y  criar  los  fiyos  sin  niñera.  Quíeola  que  sea tranquila, trabayadora, de bon diente, guapina...
Y  no  pudo  terminar,  porque  Pimienta,  levantándose  de  la "tayuela",  dando  una  patada  enérgica  en  el  suelo,  y  mirando fijamente a su mujer, decía:
-¡Ya  tá!  ¡Ya  tá!  ¿De  móo  y  manera,  que  quiésla,  tranquila, trabayadora, de bon diente, guapina?... 
-Eso Pimienta, eso.
-Alegre reponía aquélla.
-Pos mira Rufa.
-Lentamente y con socarronería, decía él.
-Cásalu con  la  VACA  PINTA...  ye  la  única  fema,  que  reune  toes  les condiciones.
Y sin esperar respuesta, marchó camino del hórreo.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)