En cierto reino,, en cierto país,
vivía un zar llamado Vislav Andrónovich. Este zar tenía tres hijos: los
zaréviches Dmitri, Vasili e Iván.
El zar Vislav Andrónovich poseía,
además, un jardín que no tenía igual en ningún otro país. Crecían en aquel
jardín muchos árboles valiosos, frutales y no frutales; pero, entre ellos, el
predilecto del zar era un manzano que daba solamente manzanas de oro.
Un pájaro de fuego tomó la
costumbre de penetrar en el jardín del zar Vislav. Tenía el plumaje de oro y
los ojos parecidos al cristal de Oriente. Todas las noches llegaba volando al
jardín, se posaba sobre el manzano predilecto del zar Vislav, arrancaba
algunas manzanas y se marchaba.
El zar Vislav estaba muy apenado
por lo que sucedía con aquel manzano y por que el pájaro de fuego hubiera
arrancado tantos frutos. Por eso, llamó a sus tres hijos y les habló así:
-Amados hijos, ¿cuál de vosotros
podrá capturar al pájaro de fuego en mi jardín? Al que lo capture vivo le daré
ya la mitad de mi reino y, cuando yo muera, suyo será todo lo demás.
Sus hijos, los zaréviches,
exclamaron entonces al unísono:
-¡Padre y señor nuestro! ¡Majestad
imperial! ¡Nos encantará capturar vivo al pájaro de fuego!
La primera noche fue el zarévich
Dmitri a montar la guardia en el jardín. Se acomodó al pie del árbol del que
arrancaba las manzanas el pájaro de fuego, se quedó dormido y ni se enteró de
que llegó el pájaro de fuego y se comió otras muchas.
Por la mañana, el zar Vislav llamó
a su hijo, el zarévich Dmitri, y le preguntó:
-¿Has visto o no has visto al
pájaro de fuego, hijo mío querido?
-No, padre y señor mío -contestó el
hijo. Esta noche no ha venido.
A la noche siguiente le tocó al
zarévich Vasili ir a acechar al pájaro de fuego en el jardín. Se instaló debajo
del famoso árbol y, al cabo de un par de horas de oscuridad, se quedó dormido
tan profundamente, que ni se enteró de que el pájaro de fuego llegó y estuvo comiendo
manzanas.
El zar Vislav le llamó por la
mañana para preguntarle:
-¿Has visto o no has visto al
pájaro de fuego, hijo mío querido?
-Esta noche no ha venido, padre y
señor mío.
A la tercera noche le tocó montar
la guardia en el jardín al zarévich Iván. Sentado al pie del manzano, se pasó
allí una hora, luego otra y otra más, hasta que de pronto resplandeció todo el
jardín lo mismo que si hubiera habido muchas velas encendidas: llegó el pájaro
de fuego, se posó en el árbol y empezó a comer manzanas.
El zarévich Iván se aproximó a él
con tanto sigilo, que lo agarró de la cola. Pero no pudo detenerle: el pájaro
se desprendió y echó a volar, dejando solamente entre las manos del zarévich
Iván la pluma de la cola que había agarrado con tanta fuerza.
Por la mañana, apenas se despertó
el zar Vislav, entró en sus aposentos el zarévich Iván y le entregó la pluma
del pájaro de fuego.
El zar Vislav se alegró mucho de
que el zarévich Iván hubiera conseguido arrancarle por lo menos una pluma de la
cola al pájaro de fuego.
Aquella pluma era tan maravillosa y
resplandeciente que, llevada a un aposento oscuro, le habría dado la misma
luminosidad que multitud de velas encendidas. El zar Vislav colocó la pluma en
su despacho, como si se tratara de una de esas cosas que deben conservarse
eternamente.
A partir de entonces, el pájaro de
fuego no volvió por el jardín.
El zar Vislav hizo venir a sus
hijos y les habló de esta manera:
-Hijos míos queridos: os doy mi
bendición para que vayáis a buscar al pájaro de fuego y me lo traigáis vivo. Lo
que tengo prometido sigue en pie y, naturalmente, será para el que me traiga
el pájaro de fuego vivo.
Los zaréviches Dmitri y Vasili
empezaban a tomarle ojeriza a su hermano menor, el zarévich Iván, por haber
logrado arrancarle al pájaro de fuego una pluma de la cola. Recibieron la
bendición de su padre y partieron los dos en busca del pájaro de fuego.
También el zarévich Iván insistió
en que le diera su bendición para ponerse en camino.
-Querido hijo y amada criatura
-objetó el zar Vislav: eres todavía joven y no estás hecho a viajes tan largos
y difíciles. ¿Por qué has de alejarte de mi? Tus dos hermanos ya se han
marchado. ¿Y si te marchas tú también y os pasáis los tres mucho tiempo sin
regresar? Yo he llegado a la vejez y camino hacia la tumba. Y si durante
vuestra ausencia me llamara Dios a su lado, ¿quién gobernaría mi reino en mi
lugar? Podría producirse una rebelión o estallar discordias entre nuestro
pueblo y no habría nadie para restablecer el orden. O el enemigo podría amenazar
nuestro territorio y no habría nadie para ponerse al mando de ejército.
Sin embargo, por mucho que
intentara el zar Vislav retener al zarévich Iván, no tuvo más remedio que
acceder en vista de su insistencia.
El zarévich Iván recibió la
bendición de su padre, eligió un caballo y se puso en marcha sin saber él
mismo hacia dónde se dirigía.
Caminando su camino, no sé si largo
o corto, no sé si por montes o por llanos, porque las cosas se cuentan muy
pronto pero son largas de hacer, llegó por fin a unas verdes praderas. En aquel
campo se alzaba un poste y en aquel poste había un cartel que decía: «Quien
camine todo derecho a partir de este poste pasará hambre y frío; quien camine
hacia la derecha quedará sano y salvo, pero su caballo morirá; quien camine
hacia la izquierda perderá la vida. pero su caballo quedará sano y salvo.»
Después de leer la inscripción, el
zarévich Iván se encaminó hacia la derecha diciéndose que, aunque muriese su
caballo, él conservaría la vida y, con el tiempo, podría conseguir otra
montura.
Caminó un día, otro y otro, cuando
de pronto salió a su encuentro un enorme lobo gris y le dijo:
-¡Ah! ¿Eres tú, joven zarévich
Iván? Ya leíste lo que decía el cartel del poste. Sabiendo que moriría tu
caballo, ¿por qué has venido hacia acá?
Dicho lo cual, el lobo gris
desventró al caballo del zarévich Iván y se alejó de allí.
Muy afligido por la pérdida de su
caballo, el zarévich rompió a llorar amargamente y reanudó su camino a pie.
Anduvo un día entero y, cuando iba a sentarse, horriblemente cansado, apareció
de pronto el lobo gris y le dijo:
-Siento que te hayas fatigado tanto
de caminar a pie y también siento haber matado a tu buen caballo. Pero no
importa. Súbete encima de mí, del lobo gris, y dime a dónde debo conducirte y
por qué.
El zarévich Iván le dijo al lobo
gris a dónde debía ir, y el lobo gris partió con él encima, más raudo que un
caballo. Al cabo de algún tiempo, precisamente al caer la noche, se detuvo al
pie de un muro de piedra no muy alto y dijo:
-Bueno, zarévich Iván, apéate del,
lobo gris y salta ese muro. Detrás hay un jardín y en el jardín está el pájaro
de fuego metido en una jaula de oro. Coge al pájaro de fuego, pero no toques la
jaula, porque si intentas llevártela no podrás escapar: te cazarán en seguida.
El zarévich saltó la tapia y, ya en
el jardín vio al pájaro de fuego en la jaula de oro, que le gustó mucho. Sacó
al pájaro de la jaula y volvió hacia la tapia, pro luego reflexionó y se dijo:
-Si me llevo al pájaro sin jaula,
¿dónde lo meto?
Volvió para atrás y no hizo más que
descolgar la jaula, cuando todo el jardín se llenó de ruidos, porque la jaula
estaba suspendida de cuerdas musicales.
Los centinelas se despertaron al
instante, corrieron al jardín, detuvieron al zarévich Iván con el pájaro de
fuego y le condujeron ante su señor, que era el zar Dolmat. El zar Dolmat se
enfadó muchísimo con el zarévich Iván y le preguntó a gritos, con voz furiosa:
-¿Cómo no te da vergüenza robar,
muchacho? ¿Quién eres, de qué tierras vienes, de qué padre eres hijo y cuál es
tu nombre?
-Soy del reino de Vislav, hijo del
zar Vislav Andrónovich, y me llamo el zarévich Iván. Tu pájaro de fuego ha
cogido la costumbre de venir a nuestro jardín todas las noches a comerse las
manzanas de oro del árbol predilecto de mi padre y ha echado a perder casi
enteramente el manzano. Por eso me ha mandado mi padre buscar el pájaro de
fuego y llevárselo.
-Pero, joven zarévich Iván, ¿te
parece bien portarte de esa manera? -exclamó el zar Dolmat-. Si hubieras
venido a verme, yo te habría dado el pájaro de fuego sin más historias. En
cambio ahora. ¿qué te va a parecer cuando mande a todos los países la relación
de lo mal que te has portado aquí? Aunque escucha una cosa, zarévich Iván: si
me haces un favor yendo a los confines del mundo al más remoto de los países y
le quitas para mí al zar Afron el caballo de las crines de oro, perdonaré tu
falta y te regalaré con mucho gusto el pájaro de fuego; pero, si no me haces
ese favor, haré saber a todos los países que eres un ladrón sin honor.
El zarévich Iván se alejó muy
triste del zar Dolmat, prometiéndole conseguir el caballo de las crines de
oro.
Llegó donde había dejado al lobo
gris y le contó todo lo que le había dicho el zar Dolmat.
-¡Vaya con el joven zarévich Iván!
-rezongó el lobo gris-. ¿Por qué no atendiste lo que yo te dije y cogiste la
jaula de oro? -Tienes razón. Discúlpame.
-En fin, sea -profirió el lobo
gris-. Móntate encima del lobo gris y te llevaré donde tengas que ir.
El zarévich Iván se montó a lomos
del lobo gris y el lobo gris echó a correr tan raudo como una saeta, hasta que
por fin llegó al país del zar Afron, ya de noche. Entonces el lobo gris llevó
al zarévich Iván a las blancas caballerizas reales y le dijo:
-Entra en esas caballerizas
blancas, zarévich Iván (todos los mozos que las guardan están ahora
profundamente dormidos). y llévate al caballo de las crines de oro. Pero no
cojas la brida de oro que está colgada en la pared, porque ocurrirá una
desgracia.
El zarévich Iván entró en las
blancas caballerizas, agarró el caballo de las crines de oro y ya se marchaba
cuando vio la brida de oro colgada en la pared. Le gustó tanto, que la
descolgó: pero al instante estalló un ruido tremendo por todas las
caballerizas, porque había cuerdas musicales atadas a aquella brida.
Los mozos de cuadra se despertaron
en seguida, corrieron. agarraron al zarévich Iván y lo condujeron ante el zar
Afron.
-Vamos a ver, joven -comenzó el zar
Afron. ¿Quién eres de qué tierras vienes, de qué padre eres hijo y cuál es tu
nombre?
-Soy del reino de Vislav -contestó
el zarévich, hijo del zar Vislav Andró-novich, y me llamo el zarévich Iván.
-¡Vaya con el joven zarévich Iván!
-siguió el zar Afron. ¿Te parece digno de un caballero lo que acabas de hacer?
Podrías haber acudido a mí y te hubiera dado por las buenas el caballo de las
crines de oro. En cambio ahora, ¿qué te va a parecer cuando envíe a todos los
países la relación de lo mal que te has portado aquí? Aunque escucha una cosa,
zarévich Iván: si me haces un favor yendo a los confines del mundo, al más
remoto de los países, y robas para mí a la princesa Elena la Hermosa, de quien estoy
enamorado desde hace tiempo con el alma y el corazón, pero sin poder acercarme
a ella, te daré sin más historias el caballo de las crines de oro y la brida de
oro. Pero, si no me haces este favor, haré saber a todos los reinos que eres un
ladrón sin honor y explicaré lo mal que te has portado aquí.
El zarévich Iván le prometió
entonces al zar Afron traerle a la princesa Elena la Hermosa, y salió de la
sala llorando amargamente.
Llegó donde había dejado al lobo
gris y le contó cuanto le había sucedido.
-¡Vaya con el zarévich Iván!
-rezongó el lobo gris. ¿Por qué no atendiste lo que yo te dije y cogiste la
brida de oro?
-Tienes razón, discúlpame.
-En fin, sea -prosiguió el lobo
gris-. Móntate encima del lobo gris y te llevaré donde tengas que ir.
El zarévich Iván se montó a lomos
del lobo gris, el lobo gris echó a correr tan raudo como una saeta, y en nada
de tiempo, según se dice en los cuentos, llegó al estado de la princesa Elena la Hermosa. Junto a la verja de
oro que rodeaba un jardín maravilloso, el lobo gris le dijo al zarévich Iván:
-Ahora, zarévich Iván, apéate de
los lomos del lobo gris, vuelve por el camino que hemos seguido al venir y
espérame en el campo, ~ debajo de un roble verde.
El zarévich Iván hizo lo que le
mandaba. El lobo gris se tendió junto a la verja de oro, esperando a que la
princesa Elena la Hermosa
saliera a dar un paseo por el jardín.
Al caer la tarde, cuando el sol iba
ya hacia su ocaso y el aire no estaba tan caliente, la princesa Elena la Hermosa salió a dar un
paseo por el jardín con sus doncellas y los boyardos de la corte. Cuando se
acercó al lugar donde el lobo gris estaba tendido fuera, al pie de la verja,
éste saltó de repente al jardín, agarró a la princesa Elena la Hermosa, volvió a saltar
la verja hacia fuera y echó a correr con todas sus fuerzas. Así llegó al campo,
donde el zarévich Iván le esperaba debajo de un roble verde, y le dijo:
-Zarévich Iván, ¡súbete proto a
lomos del lobo gris!
El zarévich Iván se subió a sus
lomos, y el lobo gris los llevó a los dos a toda velocidad hacia el país del
zar Afron.
Las doncellas y todos los boyardos
cortesanos que estaban en el jardín con la hermosa princesa Elena corrieron al
palacio para organizar un grupo de jinetes que partieran detrás del lobo gris.
Sin embargo, por mucho que galoparon, no pudieron darle alcance y regresaron
sin más.
El zarévich Iván se enamoró de todo
corazón de la hermosa princesa Elena mientras iba montado con ella a lomos del
lobo gris, y también ella se enamoró del zarévich Iván. Por eso, cuando el lobo
gris los condujo al estado del zar Afron y llegó el momento de llevar a la
hermosa princesa Elena al palacio para entregársela, el zarévich Iván se sintió
muy apenado y rompió a llorar amargamente.
-¿Por qué lloras, zarévich Iván?
-le preguntó el lobo gris.
-¡Lobo gris, amigo mío! -contestó
el zarévich Iván. ¿Cómo no voy a llorar y desesperarme? Estoy enamorado de
corazón de la hermosa princesa Elena y ahora debo entregársela al zar Afron a
cambio del caballo de las crines de oro y de la brida de oro, porque, si no se
la entrego, el zar Afron me cubrirá de oprobio ante todos los países.
-Muchos servicios te he hecho,
zarévich Iván -dijo -el lobo gris-, pero te haré uno más. Escucha, zarévich
Iván: yo me convertiré en la hermosa princesa Elena y tú me llevas al zar
Afron a cambio del caballo de las crines de oro. El zar me tomará por la
auténtica princesa. Pero cuando tú te montes en el caballo de las crines de oro
y te hayas alejado bastante, le diré al zar Afron que quiero salir al campo a
pasear. En cuanto me dé permiso para salir con las doncellas, las ayas y los
boyardos de la corte y yo me encuentre con ellos en el campo, tú acuérdate de
mí y de nuevo estaré a tu lado.
Después de estas palabras, el lobo
gris pegó contra la tierra húmeda y se convirtió en la hermosa princesa Elena.
Se parecía tanto, que nadie habría podido sospechar que no era ella. El
zarévich Iván fue con el lobo gris al palacio del zar Afron diciendo a la hermosa
princesa Elena que le esperase fuera de la ciudad.
Cuando el zarévich Iván se presentó
ante el zar Afron con la falsa princesa Elena, el corazón del zar rebosó de
dicha al verse dueño de un tesoro que ansiaba desde hacía tanto tiempo. A
cambio de la falsa princesa le entregó al zarévich Iván el caballo de las
crines de oro.
El zarévich Iván se montó en aquel
caballo, abandonó la ciudad, recogió a Elena la Hermosa y, con ella a la
grupa, se encaminó hacia el estado del zar Dolmat.
Entre tanto, el lobo gris vivía en
el palacio del zar Afron, en lugar de la hermosa princesa Elena. Así pasó un
día, otro y otro, hasta que al cuarto día fue a pedirle al zar Afron permiso
para salir al campo a pasear para distraer sus penas y sus tristezas.
-¡Ah, hermosa princesa Elena! ¿Qué
no haría yó por ti? Puedes ir a pasear al campo.
En seguida ordenó a las doncellas y
las ayas y a todos los boyardos de la corte que fueran al campo a pasear con
la hermosa princesa.
En cuantoo al zarévich Iván-,
.séguía su,camino, charlando con Elena la Hermosa y casi tenía olvidado al lobo gris,
cuando de pronto se acordó.
-¿Dónde estará mi lobo gris?
-exclamó.
Eso bastó para que el lobo gris
apareciese ante el zarévich Iván diciendo:
-Sube tú a lomos del lobo gris,
zarévich Iván, y que la bella princesa cabalgue el caballo de las crines de
oro.
El zarévich Iván montó a lomos del
lobo gris y así partieron hacia el estado del zar Dolmat. Después de mucho
correr -o poco, no lo sé- se detuvieron tres verstas antes de entrar en la
ciudad. El zarévich Iván le rogó entonces al lobo gris:
-Escucha, amigo mío, lobo gris: ya
que me has hecho tantos favores, hazme uno más, el último: ¿no podrías
convertirte en caballo de crines doradas en lugar de éste? Porque me da mucha
pena separarme de él.
Al instante, el lobo gris pegó
contra la tierra húmeda y se transformó en caballo con las crines de oro. El
zarévich dejó a la hermosa princesa Elena en una verde pradera, montó sobre el
lobo gris transformado en caballo y se dirigió al palacio del zar Dolmat.
En cuanto el zar Dolmat le vio
llegar sobre el caballo de las crines de oro se alegró mucho, salió de sus
aposentos para acoger al zarévich en el espacioso patio. Luego le besó en los
labios. le tomó la mano derecha y le condujo alas salas de mármol.
Con tan fausto motivo, el zar
Dolmat ordenó un gran banquete. Comieron sobre mesass de roble y manteles
bordados, se divirtieron justo durante dos días y al tercero el zar Dolmat le
entregó al zarévich Iván el pájaro de fuego en su jaula de oro.
Con el pájaro de fuego y el caballo
de las crines de oro, el zarévich abandonó la ciudad, recogió a la hermosa
princesa Elena y se encaminó hacia su país, el estado del zar Vislav
Andrónovich.
El zar Dolmat quiso probar su
caballo de crines de oro al día siguiente en campo abierto: lo mandó ensillar,
montó en él y salió al campo; pero en cuanto lo espoleó, el caballo le arrojó
al suelo y, tomando su forma de lobo gris, corrió detrás del zarévich Iván.
-Monta sobre mis lomos -le dijo en
cuanto le dio alcance, y que Elena la Hermosa vaya en el caballo de las crines de oro.
Así lo hicieron, y continuaron su
camino. Pero, cuando llegaron al sitio donde había desgarrado al caballo del
zarévich, dijo el lobo gris:
-Zarévich Iván, te he servido con
lealtad. Te he traído hasta este sitio donde desgarré tu caballo. Apéate del
lobo gris. Ahora tienes un caballo de crines de oro para ir adonde quieras. En
cuanto a mí, ya no tengo por qué servirte.
Después de pronunciar estas
palabras, el lobo gris se apartó corriendo. El zarévich Iván lloró amargamente
la marcha del lobo gris, pero luego reanudó su marcha con la hermosa princesa.
Cabalgaron los dos -no sé si mucho
o poco tiempo- hasta que, veinte verstas antes de llegar al estado, se apearon
para descansar debajo de un árbol mientras pasaba el bochorno del día. El
zarévich ató al mismo árbol al caballo de las crines de oro y dejó a su lado la
jaula con el pájaro de fuego. Recostados sobre la blanda hierba y platicando
tiernamente se quedaron dormidos.
Los zaréviches Dmitri y Vas¡]¡,
hermanos de Iván, habiendo recorrido muchos estados sin encontrar el pájaro de
fuego, regresaban entonces a su patria con las manos vacías.
Se encontraron fortuitamente con su
hermano Iván y la hermosa princesa Elena cuando estaban dormidos. Viendo al
caballo de las crines de oro y al pájaro de fuego en su jaula de oro, la codicia
se apoderó de ellos, y les vino la idea de matar al zarévich Iván.
El zarévich Dmitri desnudó su
espada, degolló al zarévich Iván y le despedazó. Luego despertó a la hermosa
princesa Elena y le preguntó:
-Hermosa doncella, ¿de qué tierras
vienes, de qué padre eres hija y cuál es tu nombre?
La hermosa princesa Elena se asustó
mucho al ver muerto al zarévich Iván y rompió a llorar amargamente. Entre
lágrimas contestó:
-Soy la princesa Elena la Hermosa y fue a buscarme
el zarévich Iván a quien habéis matado vilmente. Podría consideraros nobles
caballeros si hubieseis salido al campo a pelear con él, venciéndole cuando
estaba vivo. Habiéndole matado mientras dormía, ¿qué honor vais a sacar de esa
acción? Una persona dormida es lo mismo que una persona muerta.
Al oír estas palabras, el zarévich
Dmitri apoyó la punta de su espada sobre el corazón de la hermosa princesa
Elena y le dijo:
-¡Escucha, Elena la Hermosa! Ahora estás en
nuestras manos. Vamos a conducirte ante nuestro padre, el zar Vislav
Andrónovich. a quien dirás que hemos sido nosotros los que te hemos encontrado
a ti y también al pájaro y al caballo de las crines de oro. Si no prometes
hacerlo así, te mato ahora mismo.
Asustada, la hermosa princesa Elena
prometió y juró por todos los santos que diría lo que le mandaran decir. Los
zaréviches echaron entonces a suertes para decidir quién se quedaría con la
hermosa princesa y quién se quedaría con el caballo de las crines de oro. El
resultado fue que la hermosa princesa sería para el zarévich Vasili y el
caballo de las crines de oro para el zarévich Dmitri.
El zarévich Vasili hizo subir a la
hermosa princesa a la grupa de su recio corcel, mientras'el zarévich Dmitri
montaba en el caballo de las crines de oro llevando además la jaula con el
pájaro de fuego para entregárselo a su padre, el zar Vislav Andrónovich. Así se
pusieron en camino.
El zarévich Iván yació muerto justo
treinta días en aquel sitio. hasta que el lobo gris pasó casualmente por allí y
le reconoció al olfatearle. Hubiera querido resucitarle, pero no sabía cómo. En
esto vio que un cuervo y dos corvatos giraban sobre el cadáver con el
propósito de posarse en tierra y alimentarse con la carne del zarévich Iván.
El lobo gris se ocultó detrás de unas matas y, en cuanto los corvatos se
posaron en tierra y empezaron a comer el cuerpo del zarévich Iván, cayó sobre
ellos, agarró a uno y ya iba a desgarrarlo en dos, cuando el cuervo se posó en
tierra, a cierta distancia del lobo gris, y le dijo:
-Lobo gris: no mates al menor de
mis corvatos. El no te ha hecho ningún daño.
-Escucha, Cuervo Cuervovich
-profirió el lobo gris-: yo no le haré daño a tu corvato y lo soltaré sano y salvo
si tú me haces el favor de ir hasta los confines del mundo, hasta el más remoto
de los países y me traes de allí agua de la muerte y agua de la vida.
A lo cual contestó Cuervo
Cuervovich:
-Te haré ese favor, pero no le
hagas el menor daño a mi hijo.
Con estas palabras, el cuervo
emprendió el vuelo, perdiéndose de vista en seguida. Al tercer día regresó con
dos pequeños frascos -uno con agua de la vida y otro con agua de la muerte,
que entregó al lobo gris.
El lobo gris tomó los dos
frasquitos, desgarró al corvato por la mitad y luego le roció con agua de la
muerte, y volvieron a juntarse los dos pedazos; entonces le roció con agua de
la vida, y el corvato se agitó y remontó el vuelo.
El lobo gris repitió la misma
operación con el zarévich Iván.
Roció sus pedazos con agua de la
muerte, y los pedazos se unieron; roció luego el cuerpo con el agua de la
vida, y el zarévich Iván se levantó diciendo:
-¡Pero cuánto tiempo he dormido,
maldita...!
-Como que tu sueño habría sido
eterno si no paso yo por aquí -replicó el lobo gris. Has de saber que tus
hermanos te despedazaron, llevándose luego a la hermosa princesa Elena, así
como el caballo de las crines de oro y el pájaro de fuego. Ahora, apresúrate a
volver a tu tierra, porque tu hermano, el zarévich Vasili, se casa hoy con tu
prometida, la hermosa princesa Elena. Para ganar tiempo, lo mejor será que te
montes a lomos del lobo gris: yo te llevaré.
El zarévich Iván montó a lomos del
lobo gris, el lobo gris se dirigió a toda velocidad hacia el estado del zar
Vislav Andrónovich y llegó hasta la ciudad principal.
El zarévich Iván se apeó del lobo
gris, entró en la ciudad y, cuando llegó al palacio, se encontró con que su
hermano Vasili se había casado con la hermosa princesa Elena y, después de la
ceremonia, presidía el banquete de esponsales.
El zarévich Iván entró en la sala y
Elena la Hermosa
corrió a él en cuanto le vio, besándole en los dulces labios y gritando:
-Mi amado prometido es éste, el
zarévich Iván, y no ese malvado que está sentado a la mesa.
El zar Vislav Andrónovich se
levantó entonces de la mesa y le preguntó a la hermosa princesa Elena qué
significaba aquello y de qué estaba hablando. Elena le refirió entonces toda la
verdad, tal y como había sucedido: que el zarévich Iván había ido a buscarla a
ella, que había conseguido hacerse con el caballo de las crines de oro y con el
pájaro de fuego, que sus hermanos mayores le habían dado muerte mientras
estaba dormido y, con amenazas, la habían obligado a ella a decir que todo era
obra de ellos.
El zar Vislav se enfadó mucho con
los zaréviches Dmitri y Vasili y los hizo encerrar- en una mazmorra.
En cuanto al zarévich Iván, se casó
con la hermosa princesa Elena y juntos vivieron en amor y armonía, tan unidos
que no podían pasar ni un minuto el uno sin el otro.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)