Erase un
viejo que tenía tres hijos. Al último le llamaban Iván el Tonto.
El zar
que reinaba entonces -hace de esto ya mucho tiempo- tenía una hija. Esta le
dijo un día a su padre:
-Quisiera
entretenerme en acertar adivinanzas. Al que me diga una adivinanza y yo la
acierte, le cortarán la cabeza. Si no la acierto, me casaré con él.
Inmediatamente
se pregonó un bando y muchos jóvenes que se presentaron fueron ejecutados porque
la zarevna acertaba sus adivinanzas.
Conque un
día fue Iván el Tonto a su padre y le dijo:
-Dame tu
bendición, bátiushka: quiero ir a palacio a ver si acierta mis adivinanzas la
zarevna.
-¿Adónde
vas tú, so tonto, cuando tantos, más listos que tú, han perdido ya la cabeza en
ese empeño?
-Pues yo,
con tu bendición o sin ella, pienso ir.
El padre
terminó por darle la bendición. Se dirigía Iván el Tonto hacia palacio cuando
vio trigo esparcido en el camino y, encima del trigo, un caballo. Cogió una
varita, apartó al caballo para que no pisoteara el trigo, y se dijo: «Ya tengo
una adivinanza.» Siguió andando, y vio una serpiente; la traspasó con su lanza
y se dijo: «Ya tengo otra adivinanza.»
Llegó al
palacio, fue admitido a presencia del zar y le preguntaron cuál era su
adivinanza.
-Venía
hacia acá cuando en el camino encontré un bien, y encima del bien otro bien;
agarré este bien y, para hacer bien, lo aparté del bien; el bien, por el bien,
del bien escapó.
La
zarevna buscó en su libro mágico, pero aquella adivinanza no estaba, y no sabía
cómo acertarla.
-Bátiushka
-le dijo a su padre-: hoy me duele un poco la cabeza y no tengo las ideas muy
claras. Mañana la acertaré.
Aplazaron
la respuesta para el día siguiente. A Iván el Tonto le asignaron un aposento, y
allí se quedó por la tarde fumando su pipa. Mientras, la zarevna llamó a una
fiel servidora y le dijo:
-Ve y
pregúntale a Iván el Tonto la respuesta a esa adivinanza. A cambio le puedes
prometer plata, oro..., lo que quieras.
La
servidora llegó y llamó a la puerta. Iván el Tonto abrió, ella entró y le
preguntó la respuesta a la adivinanza, prometiéndole montañas de oro y plata.
-¿Para
qué quiero yo dinero? -contestó Iván el Tonto. Me basta y me sobra con lo que
tengo. Si la zarevna quiere que le diga la respuesta, que se pase la noche aquí
en mi aposento sin dormir.
Enterada
la zarevna, aceptó la condición y se pasó la noche entera sin dormir. Por la
mañana, Iván el Tonto le dijo que había apartado el caballo del trigo, y la
zarevna dio la respuesta acertada. Entonces Iván el Tonto propuso otra
adivinanza.
-Venía
hacia acá -dijo-, cuando en el camino encontré un mal: agarré, y con otro mal
pegué al mal; así, del mal murió el mal.
De nuevo
echó mano la zarevna de su libro mágico y, al no encontrar la respuesta a la
adivinanza, pidió aplazarla hasta la mañana siguiente.
Por la
tarde envió a su servidora a preguntarle la respuesta a Iván el Tonto.
-Prométele
dinero -le dijo.
-¿Para
qué quiero yo dinero? Me basta y me sobra con lo que tengo -contestó Iván el
Tonto. Si la zarevna quiere que le diga la respuesta, que se pase la noche sin
dormir.
La
zarevna aceptó, se pasó la noche sin dormir y también pudo dar la respuesta
acertada.
A la
tercera vez, Iván el Tonto no formuló su adivinanza como las anteriores, sino
que, en presencia de todos los senadores, contó de una manera muy embrollada lo
que le estaba ocurriendo con la zarevna, que, al no poder acertar sus
adivinanzas, enviaba a una sirvienta suya a preguntarle la respuesta a cambio
de dinero.
La
zarevna tampoco acertó el sentido oculto de aquella adivinanza, y de nuevo
mandó a preguntar la respuesta, prometiéndole a Iván todo el oro y la plata que
deseara y la vuelta a su casa sin ningún impedimento.
Pero
¡quia! De nuevo hubo de pasarse la noche sin dormir. Entonces le dijo Iván cuál
era la respuesta.
Naturalmente,
ella no podía repetirla, pues todos se habrían enterado de cómo había pagado a
Iván el Tonto.
Conque la
zarevna se vio obligada a decir: «No lo sé.» Inmediatamente se organizó la
boda, celebrándola con un alegre festín. Ya casados, Iván el Tonto y la zarevna
vivieron felices y contentos, lo mismo que viven ahora.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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